por Antonio Rivero
Lo más
propio del Carlismo es la construcción y la defensa de tradiciones que sirvan
para encauzar la vida política. Para el hombre moderno, la tradición es un
elemento sentimental e histórico que solo sirve para provocar una sensación de
pertenencia. La historicidad de la patria poco le importa al liberal, pues la
fundación de los pueblos lo hace el presente, la razón, la arquitectura
abstracta de los derechos constitucionales. No comparece, para la sociedad
actual, el respeto a los antepasados: a los padres de nuestros padres. La
consecuencia es muy clara: el funcionamiento de nuestras instituciones públicas
nunca será el funcionamiento de algo que compromete vitalmente, en tanto que es
compartido con nuestros compatriotas. Lo público en el mundo liberal es un pozo
sin fondo, pues donde no hay ligazón histórica, no hay capacidad de
comprenderlo como propio. Lo público en el mundo liberal es lo ajeno, lo
gestionado por el poder, lo que somete a lo privado. Solo pueden comprenderse
en este mundo moderno dos categorías separadas: lo privado y lo público. La
propiedad de los hombres y la opresión del estado. Lo privado, la iniciativa
egoísta del capitalismo, compromete porque aparece como la fuente de lo
personal y lo familiar, aunque posteriormente se convierta en un monstruo que
devora a los pobres de la tierra.
El
Carlismo, en cambio, es una postura tradicionalista. El tradicionalismo, en un
sentido positivo, significa pasión por
las instituciones públicas. El carlista entiende que lo primero es el Rey y
sus ministros, las instituciones políticas que hacen vivir y gobiernan nuestra
patria. Entiende que la sociedad obedece el mandato del gobierno regio por
medio de las empresas y las iniciativas privadas, que permiten la riqueza de la
tierra. Pero también comprende que esa iniciativa ha de hacerse en comunión con
aquel que sufre, con el desvalido de la tierra. Sobre todo porque el estado
quiere que el pobre sea asistido pero se confiesa incapaz de llegar a todos los
rincones de exclusión social. El gobierno público confía las libertades a los
ciudadanos para que estos hagan perseverar la patria y a los hermanos. Por eso,
las libertades en un gobierno carlista no pueden ser concedidas como derechos:
son deber público.
Esas libertades,
¡concedidas por el poder!, solo pueden ser cauce de riqueza por medio del
trabajo y la colaboración de las generaciones. Son los padres con los hijos y
los hijos siendo padres, los que consiguen construir estructuras de trabajo
estables que consigan, no solo el sustento de la casa, sino el abastecimiento
de bienes de consumo y de intangibles culturales a la nación. Son los hombres,
con la conversación laboral y el trabajo bien hecho, los que construyen
empresas que enriquecen la patria con contratos sociales, con modelos
sostenibles y ecológicos, pero sobre todo con el cuidado de los compatriotas
por medio de una estrecha relación entre los distintos integrantes de las iniciativas
privadas.
La
tradición en el Carlismo ha estado muy relacionada con el modelo de gobierno, y
es muy normal por el tipo de historia que hemos tenido. Pero la sociedad
actual, entregada a los vicios liberales, comunista y capitalista, solo puede
hoy crecer por medio de tradiciones públicas. Entendiendo que la monarquía es
irrenunciable en nuestro panorama político y esperando que algún pretendiente
se acerque desde Holanda, nosotros tenemos que preparar el terreno. ¿Cómo
preparamos ese terreno? Creando empresas rentables conforme al criterio público
de beneficiar nuestro entorno. El empresario pone el capital y ofrece medios
para llevar a cabo tradiciones laborales en un entorno adecuado.
Posteriormente, contrata a trabajadores dispuestos a entender que la empresa no
es solo de quien pone los medios materiales sino de los que los hace
fructificar. Ambos, trabajadores y empresario, que pueden coincidir, deberían
tener muy claro que el objetivo es reconstruir una España rota. Eso no se hace
con ideales, sino con trabajo, dinero y, sobre todo, con voluntad política.
¿Cómo podría el Rey reinar sin súbditos comprometidos en la vida laboral y que
puedan dedicar todos sus alientos a la causa? Si nuestro criterio es ser
primero liberales pero, de manera encubierta, carlistas, lo llevamos muy claro.
En política solo se triunfa con sacrificio, renuncia y militancia.
Reflesiones Carlistas
ResponderEliminarMuy bien artículo. Pero me queda una pregunta: ¿en qué sentido la monarquía es irrenunciable en nuestro panorama político y por qué esta irrenunciabilidad no la puede ejercer el cual monarca, sino que hay que esperar un pretendiente de Holanda?
ResponderEliminarPrimero: porque la monarquía es el único modelo político posible para que hoy las distintas sensibilidades políticas, sociales y económicas queden integradas en un único proyecto común. Hablo en el artículo de monarquía como un gobierno uno y estable que dirija a la nación a su bien sin peligro a ser derrocado. Cuando la permanencia está prefijada por la ley y la figura del gobernante es inviolable hasta en la figura de sus familiares cercanos, el gobernante no tiene porqué tener miedo a hacer lo que tiene que hacer. Pero bueno, evidentemente esto es un ideal que habrá que ver como puede aplicarse hoy a las circunstancias concretas.
ResponderEliminarEn el segundo punto, hablo de don Carlos Javier de Borbón-Parma. El gran problema de nuestro legítimo Rey, que no Rey legítimo (entiéndase), es que no ha tomado una definición clara sobre si quiere gobernar y postularse como gobernante de todos los españoles. Entiendo que el problema en parte viene porque no hay estructuras sociales con las que sostenerle y que es dificil sacrificarse si un colchón de apoyo real. Por otra, se le acusa que no es lo suficiente ortodoxo, en lo que difiero. En los principios de sus escritos, habla con un lenguaje conforme al magisterio de los últimos papas. Es un lenguaje que no es intrínsecamente malo ni bueno, simplemente es otro modo de expresar lo tradicional. Pero lo expresado no es suficiente de momento, porque un Rey no se define por sus intenciones sino por sus actos.
Saludos,
Entendido Antonio Ribero Díaz.
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