miércoles, junio 03, 2015
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por Carlos Ibáñez Quintana

Fue anunciada por quienes la organizaron. Se llevó a cabo. Y ahora los menos insensatos de los defensores del sistema se quejan indignados.

Nos guste o no el sistema – que nosotros rechazamos – es intolerable que se produzca una insulto de tal calibre a los símbolos del mismo y, más aún, al de la Patria.


Se veía venir y no se ha evitado. Se ha producido y nadie va a ser castigado por ello. Ahí hay una prueba evidente de la inutilidad del actual sistema.

Los carlistas veníamos criticando al anterior Régimen. Lo hacíamos porque nuestra experiencia política nos decía que acabaría matando los ideales que se defendieron el 18 de Julio. Los hechos nos han dado la razón. La Transición se hizo por los herederos del Régimen, con muchos hombres que habían participado en el mismo.

 En estos días ha sido la pitada. Pero la pitada no es nada comparada con la devastación que, en España, ha ocasionado la Transición: destrucción de la familia, asesinato de los no nacidos, desastre en la educación, cierre de 600.000 empresas, cuatro millones de parados, etc. etc.             

Se hizo la Transición para que no hubiera no vencedores ni vencidos. Se quiso un imposible. Porque la guerra había terminado cuarenta años antes con vencedores y vencidos. Aquello no se podía borrar. Los vencidos de 1939, ya no lo eran en 1975, desde hacía tiempo.

Hablar de “vencedores y vencidos” en 1978, era suscitar una nueva contienda. En ella lo que hubo fueron “vencedores y vendidos”. Venció la Revolución. Y los enemigos de ella fuimos vendidos. Pues siempre, en España, el triunfo revolucionario es fruto de una traición.

Quienes se indignan con la pitada afirman que es una manifestación de odio. Que con la pitada se rompe la “magnífica obra de la Transición”. Coincidimos en lo primero y en lo segundo no estamos de acuerdo. Pues la pitada, entre otras calamidades, venía implícita en la Transición. Y el odio, que pone de relieve la pitada, es una consecuencia de cómo se hizo la Transición. Por eso los que se quejan incurren en una inconsecuencia, al indignarse con el hecho y no con el sistema que es incapaz de prevenirlo, de evitarlo y castigarlo.

Hemos calificado al sistema. Refirámonos ahora a sus hombres. La cínica sonrisa de Mas, que está a la derecha de D. Felipe, lo dice todo.

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