por Carlos Ibáñez
Quintana
Fue anunciada por quienes la
organizaron. Se llevó a cabo. Y ahora los menos insensatos de los defensores
del sistema se quejan indignados.
Nos guste o no el sistema – que
nosotros rechazamos – es intolerable que se produzca una insulto de tal calibre
a los símbolos del mismo y, más aún, al de la Patria.
Se veía venir y no se ha evitado.
Se ha producido y nadie va a ser castigado por ello. Ahí hay una prueba
evidente de la inutilidad del actual sistema.
Los carlistas veníamos criticando
al anterior Régimen. Lo hacíamos porque nuestra experiencia política nos decía
que acabaría matando los ideales que se defendieron el 18 de Julio. Los hechos
nos han dado la razón. La Transición se hizo por los herederos del Régimen, con
muchos hombres que habían participado en el mismo.
En estos días ha sido la pitada. Pero la
pitada no es nada comparada con la devastación que, en España, ha ocasionado la Transición: destrucción de
la familia, asesinato de los no nacidos, desastre en la educación, cierre de
600.000 empresas, cuatro millones de parados, etc. etc.
Se hizo la Transición para que no
hubiera no vencedores ni vencidos. Se quiso un imposible. Porque la guerra
había terminado cuarenta años antes con vencedores y vencidos. Aquello no se
podía borrar. Los vencidos de 1939, ya no lo eran en 1975, desde hacía tiempo.
Hablar de “vencedores y vencidos”
en 1978, era suscitar una nueva contienda. En ella lo que hubo fueron
“vencedores y vendidos”. Venció la Revolución. Y los enemigos de ella fuimos
vendidos. Pues siempre, en España, el triunfo revolucionario es fruto de una
traición.
Quienes se indignan con la pitada
afirman que es una manifestación de odio. Que con la pitada se rompe la
“magnífica obra de la Transición”. Coincidimos en lo primero y en lo segundo no
estamos de acuerdo. Pues la pitada, entre otras calamidades, venía implícita en
la Transición. Y el odio, que pone de relieve la pitada, es una consecuencia de
cómo se hizo la Transición. Por eso los que se quejan incurren en una
inconsecuencia, al indignarse con el hecho y no con el sistema que es incapaz
de prevenirlo, de evitarlo y castigarlo.
Hemos calificado al sistema.
Refirámonos ahora a sus hombres. La cínica sonrisa de Mas, que está a la
derecha de D. Felipe, lo dice todo.
No nos engañan Cataluña es Esapña.
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