viernes, abril 11, 2014
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por Paco Segarra @pakez Miembro de la candidatura de Impulso Social al Parlamento Europeo

El gran engaño de la política moderna es presentar como opciones extremas y enemigos irreconciliables a ideologías que presentan idénticos planteamientos y cuyo enfrentamiento es más de matiz que de fondo.

El sano instinto popular hace intuir al votante que las crisis que vivimos -de las que la económica es solo una, derivada y secundaria- exigen un cambio de planteamiento, que algo fundamental falla en el sistema mismo. Pero, enfrentado a la abrumadora propaganda del pensamiento único, se ve casi forzado a concluir que las opciones por las que puede optar son solo aquellas que se basan precisamente en la 'idea madre' que nos ha traído inexorablemente al borde del abismo en que nos hallamos.

Así, en el conflicto nacionalista y bajo la apariencia de tres posturas radicalmente enfrentadas, el Partido Popular, el PSOE, los nacionalistas y, ahora, el recién creado Vox, parten del mismo error y, por tanto, defienden idénticos principios cambiando solo las etiquetas, a saber: el concepto jacobino centralista de nación.

Se trata, como en el liberalismo, de explicar el cómo evitando cuidadosamente el qué. Para los primeros, con su 'patriotismo constitucional' -que viene a ser como si el amor conyugal se basara en una hipoteca compartida- la base de éste es un texto legal de 1976, pergeñado por un puñado de políticos con un sinfín de apaños, componendas y condicionamientos del momento, el que nos hace españoles, siendo las comunidades autónomas una solución administrativa a la pregunta de quién decide qué.

Los nacionalistas, por su parte, no solo no disputan en absoluto este modelo, sino que quieren aplicarlo de modo exagerado, en un centralismo aún más exacerbado, a su propia comunidad. Cataluña, para ellos, sigue siendo un ente vacío, sin sangre ni alma ni verdadera continuidad histórica, una etiqueta sobre la que construir un nuevo poder idéntico al que sustituyen.

Por último, Vox quiere romper la baraja autonómica. El suyo es un patriotismo que se nutre de estadísticas de despilfarro autonómico y disparates nacionalistas, pero que, a pesar de pulsar todos los 'botones emocionales' del viejo nacionalismo jacobino español, no ofrece otra solución que una negativa, algo que recuerda demasiado al 'madrileñizar España' calcado del modelo francés.

Pero España no es un conjunto vacío que sea igual de qué se llene con tal de mantener el nombre, y lo mismo es aplicable a Cataluña o el País Vasco. España tiene sustancia, tiene carne, tiene historia. Y España es plural, no en una frase vacía y poco comprometida que se refiera vagamente a lenguas o bailes y gastronomía, sino como base de su mismo ser histórico.

Hoy las ideologías reinantes ofrecen al catalán o al vasco una elección trágica, inhumana. Debe elegir entre diluir su catalanidad en un vago patriotismo español que solo se nutre de símbolos sin referencia y cifras de PIB o lanzarse en brazos de los caciques locales, con su historia inventada y su catalanidad negativa, definida casi exclusivamente por la negación de lo español.

Nadie le ha dicho que solo siendo muy catalán puede ser español.

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