por Paco Segarra @Pakez, candidato de Impulso Social
Nuestra civilización es como un
hombre que, trabajando en su taller, se da un golpe y pierde la memoria. No
sabe para qué sirve y qué es nada de lo que le rodea, así que le da nuevos
nombres a los objetos e intenta serrar con el martillo y clavar clavos con la
llave inglesa.
Digo esto porque quienes nos
oponemos a esta monstruosidad inhumana en la que se ha convertido el
contubernio de Bruselas recibimos el extraño sobrenombre de 'antieuropeístas',
cuando debería ser obvio que quienes se oponen a Europa, a la Europa real,
histórica, a la esencia de Europa y lo que Europa ha significado para el mundo,
son precisamente ellos.
Soy europeísta -más: soy
europeo-, y no a pesar de eso sino por eso me opongo con todas mis fuerzas a
esta oligarquía sin alma decidida a eliminar todo lo que de verdaderamente
nuestro tiene el Viejo Continente.
Soy europeísta, y entiendo que
quienes parieron la idea de aunar los esfuerzos de países tantas veces en
guerra -De Gasperi, Schuman, Monnet, Adenauer: todos ellos católicos, por
cierto- tenían en mente algo radicalmente distinto a lo que ahora representan
un Van Rompuy o un Durao Barroso, a esta unión de contables de la que nos
llegan decretos que el común no puede entender y que cada día se inmiscuyen más
en nuestras vidas.
Soy europeísta, y por tanto
concibo una Europa unida en lo fundamental que respete las diferencias
nacionales que han sido gloria y orgullo de este viejo mundo. Hacer al español
menos español y al alemán menos alemán es hacer a ambos menos, no más,
europeos.
Soy europeísta y no puedo negar
que el Cristianismo es lo que ha dado a Europa su sabor peculiar, su sentido y
su razón de ser. Iniciar el camino hacia la unión de pueblos tan dispares
ignorando lo que les ha unido durante siglos es una peligrosa amnesia, con
independencia de lo que uno crea. Negar
las raíces cristianas de Europa significa, simplemente, negarse a entender lo
que nos hace distintos, lo que ha condicionado nuestra historia, lo que ha dado
sentido a nuestra civilización común.
Soy europeísta, y no concibo que
la unión europea pueda hacerse asfixiando la libertad de los pueblos, esa
libertad cuyo concepto mismo nació aquí y aquí se delineó y matizó y propagó
como ideal irrenunciable por todo el mundo; esa libertad que en Bruselas se ha
sustituido por el paternalismo odioso, condescendiente y anónimo de una
Comisión con los poderes de Stalin y las obsesiones mezquinas de la Señorita
Roternmeyer.
Soy europeísta, en fin, y como
tal me rebelo contra esta oportunidad perdida que se llama Unión Europea,
soñada por sus fundadores para superar rencillas y resentimientos que nos han
desangrado a lo largo de los siglos y fomentar lo que nos ha hecho faro y raíz
de Occidente y que se ha convertido en un opresivo y totalitario proyecto
burocrático para diluir en un gris sucio lo que siempre ha sido una paleta de
brillantes colores y desarraigar de nuestra alma colectiva todo lo que nos ha
hecho grandes.
Celebración en Bruselas. Autor: Rockcohen. Licencia Creative Commons 2.0 Generic |
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