viernes, abril 25, 2014
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por Paco Segarra @Pakez, candidato de Impulso Social

 Nuestra civilización es como un hombre que, trabajando en su taller, se da un golpe y pierde la memoria. No sabe para qué sirve y qué es nada de lo que le rodea, así que le da nuevos nombres a los objetos e intenta serrar con el martillo y clavar clavos con la llave inglesa.

Digo esto porque quienes nos oponemos a esta monstruosidad inhumana en la que se ha convertido el contubernio de Bruselas recibimos el extraño sobrenombre de 'antieuropeístas', cuando debería ser obvio que quienes se oponen a Europa, a la Europa real, histórica, a la esencia de Europa y lo que Europa ha significado para el mundo, son precisamente ellos.

Soy europeísta -más: soy europeo-, y no a pesar de eso sino por eso me opongo con todas mis fuerzas a esta oligarquía sin alma decidida a eliminar todo lo que de verdaderamente nuestro tiene el Viejo Continente.

Soy europeísta, y entiendo que quienes parieron la idea de aunar los esfuerzos de países tantas veces en guerra -De Gasperi, Schuman, Monnet, Adenauer: todos ellos católicos, por cierto- tenían en mente algo radicalmente distinto a lo que ahora representan un Van Rompuy o un Durao Barroso, a esta unión de contables de la que nos llegan decretos que el común no puede entender y que cada día se inmiscuyen más en nuestras vidas.

Soy europeísta, y por tanto concibo una Europa unida en lo fundamental que respete las diferencias nacionales que han sido gloria y orgullo de este viejo mundo. Hacer al español menos español y al alemán menos alemán es hacer a ambos menos, no más, europeos.

Soy europeísta y no puedo negar que el Cristianismo es lo que ha dado a Europa su sabor peculiar, su sentido y su razón de ser. Iniciar el camino hacia la unión de pueblos tan dispares ignorando lo que les ha unido durante siglos es una peligrosa amnesia, con independencia de lo que uno crea.  Negar las raíces cristianas de Europa significa, simplemente, negarse a entender lo que nos hace distintos, lo que ha condicionado nuestra historia, lo que ha dado sentido a nuestra civilización común.

Soy europeísta, y no concibo que la unión europea pueda hacerse asfixiando la libertad de los pueblos, esa libertad cuyo concepto mismo nació aquí y aquí se delineó y matizó y propagó como ideal irrenunciable por todo el mundo; esa libertad que en Bruselas se ha sustituido por el paternalismo odioso, condescendiente y anónimo de una Comisión con los poderes de Stalin y las obsesiones mezquinas de la Señorita Roternmeyer.


Soy europeísta, en fin, y como tal me rebelo contra esta oportunidad perdida que se llama Unión Europea, soñada por sus fundadores para superar rencillas y resentimientos que nos han desangrado a lo largo de los siglos y fomentar lo que nos ha hecho faro y raíz de Occidente y que se ha convertido en un opresivo y totalitario proyecto burocrático para diluir en un gris sucio lo que siempre ha sido una paleta de brillantes colores y desarraigar de nuestra alma colectiva todo lo que nos ha hecho grandes.

Celebración en Bruselas.
Autor: Rockcohen.
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