por Alba Vilaplana Martín
Esta conocida frase de San Felipe
Neri pronunciada en el siglo XVI sigue manteniendo la misma actualidad y debe ser
para nosotros un referente de vida.
San Felipe Neri era de familia
noble pero Dios lo llamó a ser un servidor de los más pobres, por eso, al
ofrecerle el Papa un puesto de cardenal, él respondió con firmeza: Prefiero el
paraíso.
¿Es que acaso el puesto de
cardenal era algo malo? No, sencillamente no es lo que Dios tenía preparado
para él y por eso, con determinación inspirada, lo rechazó.
Muchas veces en nuestra vida nos
toca decidir entre lo que nos acerca a Dios y lo que nos aleja de Él, a veces
son decisiones sencillas porque la maldad se nos hace evidente y ya de entrada
nos genera rechazo, como por ejemplo: apartarnos de malas compañías, rehuir
conversaciones obscenas, rechazar tomar drogas…
Sin embargo, ¿qué pasa cuando las dos opciones se nos presentan como
buenas? Cuando tenemos que escoger entre quedarnos a estudiar para el examen de
mañana o asistir a la Santa Misa, entre salir a hacer deporte o hacer oración,
entre tener un trabajo estupendo o tener uno más humilde pero que nos permite
dedicarle nuestras tardes a Dios y al apostolado. Es en estos momentos, cuando
estamos a punto de perder el norte sin saber que elegir, cuando sutilmente el
error penetra en nosotros, cuando debemos recordar hacia donde nos encaminamos
y gritar bien fuerte: ¡Prefiero el paraíso!
San Pablo les decía a los
Corintios: ‘’Nosotros sabemos en efecto, que si esta tienda de campaña, nuestra
morada terrenal, nuestra vida terrenal, es destruida, tenemos una casa
permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios’’.
Así que con esta esperanza,
recordemos siempre: ¡Prefiero el paraíso!
Yo también prefiero el paraíso.
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