por Alonso Blanco
“Un hombre siempre movilizado, constantemente
en la brecha, ajeno a todas las prudentes quietudes y a las cobardías
frioleras”, así describe Jean Bastaire a Péguy. Charles Péguy (Orléans, 1873), escritor, prosista, dramaturgo, poeta,
polemista, periodista, fue un socialista que creyó verdaderamente en los
principios del socialismo. Su militancia incansable le llevó a profundizar en
las raíces de sus creencias hasta llegar a postulados radicales que habrían de
conducirle, irremediablemente, a la conversión al catolicismo.
Recientemente la editorial Nuevo Inicio,
sostenida por el Arzobispado de Granada, ha puesto a disposición de los
lectores “El frente está en todas
partes”, una selección de artículos y pasajes brillantísimos del escritor
francés. Este libro y el estudio de Jean Bastaire “Péguy, el insurrecto”
editado por Encuentro en 1979 constituyen dos obras fundamentales para
comprender a un escritor imposible de encasillar pues Péguy, ante todo y sobre
todo, es un hombre auténtico.
Péguy es Péguy. Ni más ni menos. Y no dejó
títere con cabeza. Han sido muy estudiadas sus polémicas con los intelectuales
de la Sorbona, con los intelectuales católicos (con Maritain, por ejemplo), con
los líderes socialistas de su tiempo (véase sus escritos de crítica a Jaurès) o
con un sector de los católicos franceses que considera rígidos. Todos ellos, a
su juicio, habrían sido contaminados por las ideas burguesas y el mundo moderno, es decir, “el mundo
de los que se las dan de listos, el mundo de quienes no son primos, imbéciles,
como nosotros, el mundo de los que no creen en nada, ni siquiera en el ateísmo,
de los que no se entregan, de los que no se sacrifican por nada, el mundo de
quienes carecen de mística y se vanaglorian por ello”.
El título del libro de Nuevo Inicio hace
hincapié en que entre la civilización cristiana y la modernidad se libra un
combate en muchos frentes que obligan a cada vecino a batallar como si de un
soldado se tratara. “La guerra bate el umbral de nuestras puertas. No tenemos
necesidad de ir a buscarla, de ir a llevarla. Ella nos busca. Y nos encuentra.
Las virtudes que sólo se requerían de los militares, por así decir, de los
hombres de armas, del señor con armadura, se requieren hoy de esa mujer y de
ese niño. De ahí que nuestras constancias, de ahí que nuestras fidelidades, de
ahí que nuestras creencias, reciban esa grandeza trágica, de ahí que se
revistan de ella, de esa grandeza única, de esa trágica belleza obsidional,
única en el mundo, de esa belleza de fidelidad en pleno asedio, que constituye
la grandeza, que constituye la trágica y única belleza, de los grandes sitios
militares. […] Hoy estamos todos
situados en la brecha. Todos estamos en la frontera. La frontera está en todas
partes. La guerra está en todas partes, hecha añicos, troceada en mil
pedazos, desmigajada. Estamos todos situados en las marcas del reino. Todos
somos marqueses”.
Se ha producido,
paradójicamente, la desbandada. El asedio se hace más difícil de resistir porque los soldados
claudican en cada uno de los frentes abiertos por el enemigo, que es capaz de
ejercer mucha presión y, al mismo tiempo, aprovechar las hendiduras más
diminutas para infiltrarse. En este escenario nos encontramos a Péguy, que hace
propuestas, cuestiona falsos dogmas (¡cómo olvidar su crítica al refrán “no
dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”!) y trata de establecer un diálogo
fructífero con sus lectores.
Leer a Péguy es conversar con un coloso del
pensamiento, un placer que además lleva al compromiso, porque Péguy era un militante, un escritor
sobre el terreno, un tipo audaz que funda revistas, que fracasa, que se
levanta, que se sobrepone a la fatiga, que es irreductible. Péguy usa la dote de su mujer para fundar una
editorial que quiebra. Una editorial de combate, por supuesto. A continuación
funda Les Cahiers de la Quinzaine, que constituyen un documento de primer orden
para el estudio de la realidad política, económica y social de su tiempo.
Péguy era
republicano, es
algo que debe saberse. Pero, en boca de Jean Bastaire, “según Péguy, el debate
no se plantea “entre la República y la
Monarquía, especialmente si las consideramos como dos formas políticas”,
sino entre las místicas conjuntas de la República y de la Monarquía, por una
parte, y la ausencia de mística propia en el mundo moderno, por otra”. Péguy
acaba por ligar el destino de Francia al de la Iglesia o, mejor dicho, el de la
República al cristianismo, en su lucha frente al mundo moderno.
Péguy también era
socialista y defendió
a la gente del taller, a los pordioseros y a los miserables. Leyó a Marx, a
Engels y a todos los pensadores socialistas; pero criticó el marxismo, la lucha
de clases, la falta de libertad dentro del socialismo francés, el sabotaje que
proponían partidos y sindicatos y, sobre todo, criticó el aburguesamiento del
socialismo. Péguy era un socialista de antes, del tipo que podemos llamar
“autogestionario”.
Péguy amaba a la gente del taller que se
esforzaba por hacer bien su trabajo y amaba
Francia, pues la patria proporciona un elemento carnal sin el cual es
imposible que arraigue una idea. Péguy se opone al idealismo, que desprecia lo
material sin comprender que también la estructura es necesaria. “En todo
sistema temporal, hace falta un cuerpo, una carne temporal que sea el sostén,
material, que constituye el soporte, la materia de una idea”, escribe. En este
sentido, Péguy sugiere algunas soluciones al materialismo. La Iglesia y los
cristianos, en oposición al materialismo, no pueden desdeñar lo material, sino
colocarlo en su justo lugar.
El Misterio
de la Caridad de Juana de Arco (1910) es quizá su obra teatral más famosa. En
2006, tras asistir a una representación de esta obra peguyana, Benedicto XVI
afirmó: “Esa apremiante plegaria de Juana, que manifiesta su dolor y su
desconcierto, revela ante todo su fe ardiente y lúcida, caracterizada por la
esperanza y la valentía”. No es exagerado decir que Péguy trató de imitar a Juana, que luchó por los miserables, que aceptó
de forma voluntaria dejarse llevar por la Gracia –la forma más bella de ser
libre.
El escritor francés fue un hombre de acción,
no un utopista, sino un militante de causas reales sobre el terreno del mundo.
Es célebre, en este sentido, el elogio
que hizo de los padres de familia: "Sólo hay un aventurero en
el mundo, y eso se ve muy especialmente en el mundo moderno: es el padre de
familia. Los demás, los más aventureros, no son nada, no lo son en modo alguno,
comparados con él. Todo en el mundo moderno, e incluso, y sobre todo, el
desprecio, está organizado contra el tonto, contra el imprudente, contra el
temerario, contra el irregular, contra el audaz, contra el hombre que tiene la
audacia de tener mujer e hijos, contra el hombre que osa fundar una familia”.
Péguy se casó con otra convencida militante socialista, Charlotte-Françoise
Baudoin, con quien tuvo cuatro hijos –y vivió la enfermedad de los tres
primeros, mientras que el cuarto nació a la muerte del escritor-.
Fue un revolucionario, pero a su manera, no del tipo que
acostumbramos a padecer en España. Péguy buscaba aferrarse a lo eterno, a Dios,
y a los lazos naturales. Por eso fue un gran defensor de las libertades y el
saber de los antiguos: “Hemos conocido un tiempo en el que cuando una mujer
sencilla decía una palabra, quien hablaba era su misma raza, su ser, su pueblo.
Lo que salía de su boca. Y cuando un obrero encendía un cigarrillo, lo que se
disponía a decirlos no era lo que el periodista había dicho en el diario de la
mañana. Los librepensadores de aquellos tiempos eran más cristianos que los
beatos de hoy".
Charles Péguy murió
enrolado en el ejército francés durante la batalla del Marne. La Gran Guerra, que destrozó
el mundo de los europeos, nos privó también de uno de los más grandes
escritores de la Francia católica. Su vigencia hoy es indudable si seguimos el juicio
de Jean Bastaire: “él descubre muy bien los dos aspectos del mal que nosotros
padecemos: el que disimulan las apariencias florecientes de una sociedad sin
alma, y el que manifiestan rebeliones ciegas y sin esperanza”.
¡¿Socialista autogestionario?!
ResponderEliminar¿Qué leyó de Peguy el autor de la nota?
Algo debió leer el autor de la nota, pues, si no lo hubiera hecho, no se hubiera atrevido a escribir sobre Péguy en AHORA INFORMACIÓN. El autor de la nota sabe que Péguy era socialista. Un socialista tan auténtico que da pie a debatir si, para facilitar su estudio, podemos adscribirlo a alguna corriente determinada del socialismo. Si usted lo desea, podemos debatirlo. ¿Era Péguy autogestionario? ¿Por qué no lo era?
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