por Carlos Ibáñez Quintana
Una tertulia televisiva. Todos los participantes cantan las
excelencias de la monarquía constitucional. Uno de ellos, menos fervoroso que
los otros, llama la atención y manifiesta que el “poder emana del pueblo”.
Ninguno de los contertulios se atreve a decirle que no, que el poder viene de Dios. Y pocos segundos antes uno de ellos
había proclamado con énfasis “nosotros, los monárquicos”.
Y nosotros nos
preguntamos: ¿qué clase de monárquico puede ser quien no se atreve a defender
que el poder viene de Dios? Que lo que viene del pueblo es la designación de la
persona que ha de ejercerlo. Que un sistema monárquico responde a los deseos
del pueblo, tan bien o mejor que un sistema republicano. Es el pueblo quien
piensa que el sistema sucesorio de designación del gobernante es más útil que
el republicano.
Que el poder viene de Dios lo
dice la Escritura. Lo han defendido siempre los juristas cristianos que lo
proclamaban como antídoto al despotismo. Lo ha repetido anteayer el Papa
Francisco en su encíclica Lumen Fidei: “La fe (.....) nos enseña a identificar
formas de gobierno justas, reconociendo que el poder viene de Dios para estar
al servicio del bien común.”
No son monárquicos. Son hombres
de la situación. Capaces de cantar las glorias y alabanzas de quien se sienta
en el trono para dejarle solo cuando huye camino de Cartagena.
y que clase de monárquico es el que no reconoce ningún Rey?
ResponderEliminarY qué clase de monárquico reconoce a un cualquiera como rey?
ResponderEliminarPues tan sencillo como el soltero que quiere casarse. Hasta que no encuentre a la moza apropiada no se casará. Los carlistas somos monárquicos, pero en estos momentos el trono de San Fernando está vacante, dado que el rey legítimo, de origen y de ejercicio, que todos deseamos no se ha hecho presente.
ResponderEliminarRecemos porque venga pronto el rey que ha de venir.