por Guillermo Elizalde Monroset
La cuestión del nacionalismo ha
recibido en el siglo XXI dos valiosos regalos. El primero es de naturaleza
moral y nos lo ofreció por sorpresa Juan Pablo II en su casi póstumo “Memoria e
identidad” (2005). Allí el patriota polaco llamaba a “evitar absolutamente” la
“degeneración” del patriotismo en nacionalismo (c.XII), insinuaba una
misteriosa y típicamente eslava “escatología de la nación” (c.XIV) y
recomendaba el espíritu abierto de la época jaguellona de Polonia, ejemplo de
convivencia de diversos pueblos y religiones (c.XV).
El segundo regalo intelectual
sobre el nacionalismo lo encontramos en el ya difunto Doctor Francisco Canals
Vidal (Barcelona, 1922-2008), en su antología histórico-filosófica recogida en
“Catalanismo y tradición catalana”.
Horas antes de su rendición, en
el pregón del 11 de septiembre de 1714, los tres comunes de la Barcelona
sitiada por las tropas borbónicas se confiaban a Dios y exhortaban a los
barceloneses a derramar su sangre “por su rey, por su honor, por la patria y
por la libertad de toda España”.
El proyecto del nuevo Estatuto de
Cataluña se proclama “depositario de una memoria” de los que murieron por el
reconocimiento de los “derechos nacionales y sociales” de Cataluña desde 1714.
¿Acaso son la misma cosa esta memoria nacionalista-socialista y aquella memoria
tradicional de 1714? ¿Por qué los gobernantes de 1714 nombraban Generalísima de
la defensa a la Virgen de la Merced (patrona de Barcelona), mientras el
Parlament evita la palabra “cristianismo” entre las 42.000 del Estatuto? Canals
-y Chesterton también- nos dan con precisión quirúrgica la respuesta: los
grandes cambios sociales se alimentan de una memoria falsa (y siempre
posterior) para la creación de un cuadro radicalmente nuevo que permita
explicar de otra forma el pasado a mejor gloria de los intereses del presente.
¿Qué “olvida”, pues, el
nacionalismo catalán? Canals es claro:
“El pueblo catalán es aquél que, entre todos los pueblos de España o de
Europa ha vivido en más ocasiones y durante más tiempo en guerra contra el
Estado inspirado en los principios de la Revolución Francesa” (c.II).
Si España se conformó en las
leyes paccionadas y la filosofía realista de la Cristiandad medieval, Cataluña
defenderá esta idea todavía en el siglo XIX, librando para ello siete guerras
contra el liberalismo en menos de cien años. Ése es el verdadero sentido de
1714.
Pero en el siglo XIX las ideas
revolucionarias transmitidas por el idealismo romántico contaminaron la
Cataluña burguesa y castellanoparlante. A diestra y siniestra brotó el
nacionalismo, que renegaba en el fondo de la tradición catalana y se aliaba con
sus enemigos seculares. Es un nacionalismo que nos recuerda a aquel “amor
negativo” de los revolucionarios hacia el pueblo, que Dostoyevski aborrecía por
fantasear sobre un pueblo teórico y despojado de lo realmente propio y
constitutivo de su verdadera identidad.
El acierto de “Catalanismo y
tradición catalana” no es sólo devolver a Cataluña su auténtica conciencia
histórica, sino también recordar el radical carácter anticristiano del
nacionalismo. El mito metafísico de la nacionalidad tiende a suplantar a la
religión. Se vacían entonces las iglesias y aparecen los “cristianos por el
nacionalismo”. Los fieles cambian el crucifijo por la “senyera”. Los
gobernantes se entrometen en lo sagrado. Los políticos legislan su Cataluña de
papel. El clero se esconde y disminuye en número. El verdadero sentido de la
familia se esfuma.
El que lea a Canals, comprenderá
y combatirá entonces al nacionalismo actual para alcanzar lo que Donoso jamás
soñó: que un pueblo regrese a sus raíces de fidelidad al Evangelio después de
haberlas perdido. De extirparlas en pos de una imagi-Nación.
Publicada en http://mitesimentides.wordpress.com/2010/06/14/
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