por Nicolás Pastor
El carlismo es un compromiso, un
compromiso latente, una gracia que el Señor nos ha concedido como oportunidad
para obrar por Su reinado social en España. Causa defendida por nuestros
mayores y a la vez, por todos aquellos que nos antecedieron y que lejos de ser
tibios, prefirieron regar con su sangre los campos de media España en la
defensa del tradicional lema de Dios, Patria, Fueros y Rey. Valientes y a la
vez humildes que supieron entregarse en cuerpo y alma a la guerra, el martirio
y al exilio, todo ello antes de comportarse de forma cómoda y aceptar los
cambios que propiciarían el fin de la verdadera España, la España católica.
Sus actos, sus gestas, sus
testimonios ¡Apostólicos! nunca fueron en vano. Porque con el fin de cada época
por muy amarga fuera, gracias a su ejemplo, miles de jóvenes manos se
dispusieron para heredar y enarbolar con fuerzas renovadas la bandera que
sostuvieron nuestros padres.
Jóvenes valientes, que no se
dejaron arrastrar por las corrientes del mundo moderno, que no temieron ser
diferentes, jóvenes de corazón inquieto que quisieron cargar sobre sus hombros
con el peso de España.
Jóvenes que antepusieron a su
Dios ante todo y que gracias a la perseverancia que nos brinda la Fe en Cristo
supieron dar continuidad a la causa de la Santa Tradición.
Y casi dos siglos después y
gracias a todos esos jóvenes que ahora se cuentan entre nuestros mayores nos
encontramos aquí, con los brazos extendidos, esperando recibir nuestro más
querido motivo.
Pero seamos conscientes, la
responsabilidad que heredamos no termina con los vivas dados un par de veces al
año en algún lugar emblemático de las Españas, en un campamento o en compañía
de nuestros más íntimos amigos. El compromiso que nos exige nuestra causa
empieza y termina con los Santos Evangelios, ser católicos y por ser cristianos
comprender que el carlismo es el medio esencial para nuestro fin primero: Que
Cristo reine.
Porque Cristo Reinará cuando la
sociedad lo acepte y para que lo acepte tenemos que llevar a cabo nuestro más
humilde apostolado y para ello, hay que ser consecuentes.
El carlismo no puede permitirse
una juventud despreocupada, bohemia, que lo reduce todo a puro folclorismo o a
un mero club de amigos. Porque para ello ya está el mundo liberal.
El carlismo requiere y llama a
jóvenes dispuestos, sacrificados, que se entreguen de la misma forma que se
entregaron sus propios padres y que estén en grado de aceptar la pesada Cruz de
nadar a contracorriente. Jóvenes que frecuenten y vivan en los sacramentos, que
comprendan cual es el valor de una Santa Misa y que sean humildes ante Dios.
Jóvenes que se quieran formar, en
lo religioso y en lo político, capaces de defender nuestras posturas
comprendiendo ante todo lo que realmente somos y lo que nunca tenemos que
llegar a ser.
Estamos llamados a la conquista
social mediante el apostolado y cuando esto se dé, no tardaremos en sentar en
el trono de las Españas al Rey que Dios nos dé en su momento.
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