por José Miguel Orts
“SERÉIS COMO DIOSES” (Génesis, 3, 5)
A propósito de la ley de “Señas
de Identidad” de la Generalitat Valenciana
Es una tentación recurrente.
Definir el bien y el mal, crear de la nada. Especialmente sensible a la misma
es el gremio de los políticos. En esto que se ha venido en llamar la “Comunitat
Valenciana” (está prohibido designarla en otro idioma), los que mandan han
pensado que hay que blindar las señas de identidad con las letras virtuales del
Diario Oficial de la Generalitat Valenciana, como si se tratara de una registro
de patentes y marcas, “para que nadie nos robe”.
Se trata de una medida hecha a
medida del positivismo jurídico, que con la norma escrita crea derecho. Para
seguir la moda de la fobia al vacío legal que llena el mundo de declaraciones,
constituciones y estatutos que sirven para llenar papel y dejar satisfechos a
los políticos en ejercicio y en expectativa de destino.
Hay un montón de cargos electos y
digitales que viven de parir normas cada mes. De eso depende la continuidad de
sus nóminas.
Para ello han de crear la ley
para que la realidad se ajuste a ella. Algo tan pintoresco como los intentos de
oficializar la receta de la paella valenciana en el B.O.E. para perseguir por
plagio a quien introduzca algún ingrediente diferente del legislado, con que hicimos
reír a España en los albores de la democracia.
Por esa misma regla de tres, las
faltas de ortografía pueden ser delictivas si vulneran las normas de la
Acadèmia Valenciana de la Llengua. O podrían serlo de otra manera si esta
institución fuera sustituida por la Reial Acadèmia de Cultura Valenciana. Y no
digamos la pronunciación…
Los valencianos no vamos a ser ni
mejores ni peores con “señas de identidad” patentadas o sin ellas. Nadie va a
ser más o menos patriota por comer el suc d’anguiles según un estilo u otro,
por hablar el valenciano “subsucrònic” o el del Baix Vinalopó. Por esa misma
dinámica habría que priorizar el equipo de fútbol que simbolice “nuestro ser
nacional”, la música que nos hace vibrar por obligación, o el diseño de la
indumentaria regional para que no se confunda con la de nuestros vecinos.
Volvamos al sentido común, al
“trellat” tan olvidado. Y dejemos de halagar el oído del potencial votante con
propuestas chauvinistas, cuando cada partido baila en las cámaras legislativas
de todos los niveles según le marca el jefe de filas respectivo.
Basta ya de “ballar els nanos” al
personal cuando de las mismas arcas públicas salen las subvenciones de los
intentos normalizadores contrapuestos. Y con las firmas de los mismos prebostes
que quieren poner puertas al campo, fijando límites formales al ser valenciano.
Recordemos, una vez más, el
mensaje que el conseller Villalonga, al tomar posesión el primer equipo del PP
en la autonomía valenciana, le comunicó al gramático Enric Valor (“Curs Mitjà
de Gramàtica Catlana referida especialmente al País Valencià”, entre otras
muchas obras): “Mestre, no es preocupe: el nostre català no corre perill”.
Un poco de respeto a la
inteligencia del ciudadano al que se le considera microsoberano, menos
hipocresía institucionalizada y un poco, un poquito siquiera, de vergüenza
torera.
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