SI MARAGALL CALLA, ALGO TIENE EN LA GARGANTA
por Jaime Arriaga
Es Cataluña tan “cara a mi corazón” que me lleno de un extraño sentimiento de impotencia, hastío y amargura, cuando me cuentan o leo noticias de su lamentable estado moral, al menos en su configuración política actual y en sus manifestaciones sociales. No es cuestión de un día, pero Cataluña huele a podredumbre y muerte. ¿Nadie se ha de atrever, para ponerle remedio, a tirar de la manta y descubrir sus dolencias y miserias para, repito, poder encontrarle remedio? Estos días, si no sonase a irreverencia diría que los políticos catalanes se han leído el evangelio del cuarto domingo de cuaresma, pero sólo la expresión de santa Marta: “No retiréis la piedra, que lleva cuatro días” (en la realidad veintitantos años por lo menos) y hiede, es decir, huele mal. Dejemos que el muerto no salga de su tumba, no nos contamine a todos.
En tiempos antiguos todo el
maravilloso barrio gótico, piedras y gentes, hubiera interpelado la conciencia
de cada uno de los componentes del Consell de Cent. La conciencia interior
hubiera acorralado el obrar de cada representante y hubiera obligado a llamar a
cada acción por su nombre, por ejemplo ladrón al que roba, y hubiera propiciado
que vestidos de saco y con ceniza en la
cabeza hubieran recorrido la ciudad con voluntad penitencial y de
arrepentimiento, tras haber aplicado el juicio de residencia.
Cataluña no se merece esta
situación. No porque en el momento presente
no estén implicados, si no en las acciones concretas, sí en la
concepción de la vida, los dirigentes y
responsables del “poble catalá”,
sino por los méritos de aquellas gentes cristianas, hacendosas y humildes, que
en medio de las convulsiones del siglo XIX, alcanzaron la bendición divina de
convertirse en fuente fecunda de santidad. Santos y mártires conseguirán para
Cataluña y en consecuencia para España, lo que a los ojos de los sentidos y de
la razón parece sin remedio.
Se han ido desmoronando tantas
realidades en el entramado cultural, social, familiar y político que cualquier
aberración tiene más credibilidad que la virtud. Cataluña ha sido trabajadora,
hacendosa, y sensata, siempre. Sus raíces cristianas fecundaban el obrar y el “seny” de sus
gentes. Por más que se deforme su historia, Cataluña fue siempre la salvaguarda
intelectual de la ortodoxia católica de España entera. Lo que como comentario
jocoso y como ocasión para el humor puede tolerarse, no es válido para definir
un pueblo. Los cimientos de Cataluña no son sus raíces fenicias sino la
fidelidad entusiasta y creativa a su herencia católica, a su tradición
cristiana. Como se ha repetido hasta la saciedad: “Cataluña o será cristiana o
no será”.
Cataluña se ha apartado de su
“seny” por un orgullo fatuo, por una vanidad, propia de los falsos
patriotismos. Ningún nacionalismo, y menos si se transforma en un absoluto,
augura futuro halagüeño, sino violencia y tensiones, aunque sean de guante blanco.
Palabras grandilocuentes y a esquilmar a los pueblos. Al pelo viene la frase
del Lazarillo: “De tres en tres te comes las uvas, porque yo me las como de dos
en dos y no dices nada”. Si Maragall calla, Maragall, ¿roba? Si Ciu pacta, Ciu
está implicada. Alguien puede aducir: Cataluña va bien, Cataluña puede y crece
incluso con la corrupción. Pobre Cataluña. ¿No tendremos que pagar mañana los
despilfarros de hoy? ¿Hasta cuándo durará el dame pan y dime tonto? Sin embargo
Cataluña calla. ¿No puede ser que su silencio sea una mordaza hábilmente
e insinuantemente impuesta a todo
un pueblo? Las lenguas o sirven para decir la verdad o da igual no emplearlas.
Esta es la hora del catalán, lengua y paisanaje. Como en la narración del
evangelio del cuarto domingo de cuaresma, con mi máximo respeto, bien lo sabe
Dios, yo también deseo que se retire la
piedra y todo se convierta en ocasión de ver la gloria de Dios. Queremos ver
salir el muerto aunque esté atado de pies y manos.
0 comentarios:
Publicar un comentario