por Carlos Ibáñez Quintana
secretario de programas de la CTC
Me dicen que un miembro de la Jerarquía Española está dispuesto a
pedir perdón. Todo buen cristiano tiene que estar dispuesto a pedir
perdón. Pues todos pecamos. No basta con pedir perdón a Dios. Hay
que pedirlo también al prójimo al que hemos ofendido.
Pero vamos al núcleo de la cuestión. Se trata de que muchos exigen
a la Iglesia que pida perdón por su postura durante la Guerra Civil.
Lo piden los enemigos de ella. Y también lo pidieron en la famosa
Asamblea Conjunta algunos sacerdotes. Con lo que demostraron ser
enemigos infiltrados en la Iglesia.
La Iglesia no peca. No puede pecar. Cuando decimos que la Iglesia
peca nos referimos a las acciones de determinados miembros de la
misma. Que pueden ser desde algunos Papas hasta los más modestos de
sus fieles.
Si la Iglesia no puede pecar, no tiene por qué pedir perdón.
Tendrían que pedir perdón quienes cometieron las acciones
condenables. Pero ello es imposible porque, por lo general, cuando se
habla de pedir perdón se habla de actos ya pasados cuyos autores ya
fallecieron.
Así, en uno de sus viajes a Méjico, se acercó al Beato Juan Pablo
II un excombatiente del Ejército Cristero. El Sumo Pontífice le
dijo: “Ya sé de la injusticia que se hizo con ustedes”. Pero no
pidió perdón porque él no era el autor del desaguisado. Proclamó
beatos y santos a los mártires de la persecución de Calles.
Hay que andar con mucho cuidado en eso de pedir perdón por hechos de
otros tiempos y de otras personas. Tengamos en cuenta que al pedir
perdón reconocemos que hubo una falta. Si pedimos perdón por la
postura de la Iglesia durante la Guerra Civil, estamos acusando a los
Obispos de entonces. Y de una manera que podemos calificar de
hipócrita, pues finge humildad. Para eso no hace ninguna falta la
virtud cristiana de la humildad. Porque pidiendo perdón por lo que
han hecho otros no nos reconocemos pecadores a nosotros mismos.
Y la Iglesia de hoy no tiene por qué pedir perdón por la postura
adoptada por la Iglesia de entonces. Lo proclamamos muy alto. La
Iglesia no se sublevó contra la República. Como miembro de la CTC,
no tengo ningún reparo en confesar que fuimos los carlistas, entre
otros grupos, quienes nos sublevamos. Y por ello no pedimos perdón a
nadie. Al contrario, consideramos como una gloria la actuación de
nuestros requetés.
Si algún miembro de la Jerarquía pide hoy perdón, le preguntamos:
1º ¿A quién pide Vd. perdón?
2º ¿En nombre de quién pide Vd. perdón?
Porque los que hoy exigen esa petición de perdón son lo epígonos
de quienes martirizaron. Son los esbirros de Satanás. Y si pide
perdón en nombre de la Iglesia, comprometerá, en cierto modo, a su
Divino Fundador. Si la Iglesia se humillase ante ellos nos recordaría
a la tercera tentación que sufrió Nuestro Señor. Sólo que esta
vez en nombre de nuestro Señor se postrarían ante quienes obran en
nombre de Satanás.
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