domingo, mayo 01, 2016
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por Antonio Riera Pastor

Con motivo del primero de mayo, los trabajadores honramos la memoria de San José Obrero, como modelo de trabajador. Pero los tiempos que corren son muy diferentes a los que vivió San José. La complejidad del trabajo, la maquinaria, los procesos productivos y la movilidad hacen que los riesgos laborales no se parezcan en nada a los del siglo I.

Desde la llamada revolución industrial, el comienzo de la producción en masa y la aparición del proletariado, se ha hecho necesaria una preocupación por las condiciones de seguridad y salud en el trabajo. Gracias a Dios los progresos y mejoras han sido evidentes a lo largo de los últimos 200 años.

Desde los últimos años del siglo XX se ha dado un importante impulso a la política en Prevención de Riesgos Laborales con la finalidad de reducir drásticamente las tasas de siniestralidad laboral. Pero, como otras tantas políticas, lejos de diseñarse cerca del problema (en este caso los centros de trabajo), se diseñan lo más alejado posible, en este caso Bruselas (hasta que tengamos estación espacial habitable).

Tras unos años de implantación de la legislación en materia de prevención, y de cierto impacto positivo, hemos llegado a un “punto muerto”. Los accidentes sólo bajan cuando baja la actividad productiva, y, por lo tanto, hay menos trabajadores en el mercado. Cuando se reactiva la actividad, vuelven a crecer los accidentes.

La política de Prevención de Riesgos Laborales se diseña en Bruselas para toda la Unión Europea, y, dicho con pena, es un cúmulo de despropósitos que a continuación voy a intentar exponer didácticamente.

En primer lugar, se ha hecho una normativa que trata, desde el punto de vista formal, exactamente igual a los “Altos Hornos de Vizcaya” y a la “Mercería Pepi”. Ambas empresas deben cumplir los mismos requisitos a la hora de elaborar la documentación. Si bien, en el desarrollo de la misma, se ofrecen ciertas facilidades a las micro empresas, la realidad es que la Ley de Prevención de Riesgos Laborales es injusta debido a esa igualdad. Una cosa es la igualdad y otra la justicia.

En segundo lugar, hay muchos intereses económicos (empresas de formación, intrusismo, subvenciones, fundaciones creadas “ad hoc”, etc.) en torno al mundo de la prevención, pero poco interés en la prevención en “sí”. La realidad es que gran parte del dinero que se debería emplear en la prevención directa en las empresas acaba destinándose a otras cosas.

En tercer lugar, las campañas de la administración para rebajar la siniestralidad han demostrado su total ineficacia. Como ejemplo, en el Reino de Valencia el organismo encargado del control de la siniestralidad llama a todas las empresas que han tenido dos o más accidentes. Esto hace que una empresa con 3000 trabajadores tenga la misma inspección que una de 20, si ambas han tenido 2 accidentes. Sólo se tiene en cuenta la totalidad de la plantilla para aumentar el grado de exhaustividad del control.

Otro ejemplo es que la Inspección de Trabajo, viendo que la mayoría de accidentes de trabajo muy graves o mortales son de tráfico, “aconseja” a los Servicios de Prevención a dar formación en seguridad vial (se puede dar la paradoja de un técnico en prevención sin carnet de conducir dando formación vial a conductores profesionales).

En cuarto lugar, la manera “impositiva” de cara a las empresas de introducir la prevención de riesgos laborales hace que vean a su Servicio de Prevención “como los inspectores que vienen a cobrar un impuesto más”. Los empresarios que nos estén leyendo saben de lo que hablo. Muy pocos ven la prevención como algo positivo para su empresa, tratándola como inversión y no como gasto.

Y lo mismo pasa con los trabajadores. Sólo una minoría ven la prevención como algo útil y que les beneficia. Independientemente del sector productivo, la prevención la ven como positiva si sirve para trabajar menos o más cómodos. Pero en los trabajos que van “a destajo” o que requieren determinada complejidad en las medidas preventivas (que son la mayoría de los trabajos con altos índices de siniestralidad) los primeros interesados en incumplir la normativa de seguridad son los propios trabajadores, ya sea por incomodidad de las medidas preventivas o por la rapidez que se pierde por las mismas.

Y se podría seguir “ad eternum”.

Es lo que pasa cuando se legisla tan alejado del destinatario de la ley. Se legisla a lo “Despotismo Illustrado”, con su famoso “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.

Como consecuencia de todo ello, la realidad es que la siniestralidad laboral sigue estancada en ese “punto muerto”, y no tiene pinta de que baje sostenidamente al margen de los ciclos económicos.

En Prevención de Riesgos Laborales, la vida sigue igual.

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