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Grafitti de Banksy |
por José Bustinza
En el título que acaba de leer se
ocultan dos enormes falsedades: una que asume que la mujer antes no trabajaba y
otra que supone que el verdadero trabajo es por cuenta ajena. Nada de esto
parece cierto si miramos a una sociedad tradicional.
En el medio rural, los papeles de
ambos cónyuges se parecen y ambos comparten numerosas actividades. En el campo
se sucedían las tareas en antelación de lo que habría de venir y ninguna mano
era ociosa. Entonces, claro, no había ni-nis.
Es posible además que en el
título haya un tercera falsedad: feliz, ¿feliz? Escribió Carlos Marx que la
infelicidad del trabajador proviene de que no es propietario del producto de su
trabajo. Qué feliz edad -podemos por ello suponer que pensaría- aquélla del
campesino dueño del resultado de su esfuerzo. La del que come el pan que su
empeño ha logrado rescatar de la tierra y mira al cielo agradecido y confiado
en que mañana también lo tendrá a su mesa. Qué idea tan simple.
Hace unos años, un joven
economista afirmó que cuando el tipo impositivo del estado es el 0%, su ingreso
es nulo pero que cuando es el 100%, también lo es. Con esta sencilla idea
intuyó una curva que relaciona ingresos y tipos impositivos que desde entonces
informa todas las propuestas económicas de sesgo conservador. Todas y una y
otra vez. Entre esos puntos supone (sin entrar en razonamientos teóricos) un
máximo y supone igualmente que una disminución de tipos puede aumentar la
recaudación. No es teoría, es poco más que intuición económica.
Algo así ocurre en este caso,
cuando queremos valorar el efecto de la incorporación de la mujer al trabajo
por cuenta ajena. Relacionar ambas magnitudes (renta familiar y acceso de la
mujer) como causa-efecto es complicado y es probable que cada factor ayude al
crecimiento del otro en un efecto multiplicador. Fue a partir de los años 80
cuando se dio un incremento enorme. Hasta entonces, según las estadísticas,
sólo una minoría participaba en el mercado laboral, curiosamente el de parejas
de cónyuges de rentas altas. Sin embargo, simultáneamente a ese acceso vemos
que la renta salarial empieza a disminuir en términos reales. Así el esfuerzo
de adquirir una vivienda se transforma en la epopeya fundamental que dura toda
una vida. Pronto fueron las parejas de quienes tienen rentas más bajas quienes
se sintieron impelidas a acceder al mercado laboral. Este incentivo brutal que
incrementa la población activa empuja los salarios a la baja.
Lo que muestra a nuestra
intuición es obvio: para mantener el mismo poder adquisitivo, es necesario que
ambos cónyuges se incorporen al mercado laboral. No es una decisión sino un
imperativo. Las consecuencias de este “éxito” son múltiples. Una de ellas es
permitir que el estado se adueñe de la educación de los hijos. La presencia en
el hogar de los padres disminuye. Incluso en los primeros años. Así la tasa
bruta de escolaridad en educación infantil y preescolar evolucionó entre 1993 y
2002 del 86,3 al 100%. (Fuente: Ministerio de Educación y Ciencia). Si esto era el
objetivo, enhorabuena a “todas y todos”.
No se debe entender en forma
alguna que se pueda responsabilizar a la mujer de esta situación. Recordemos
que fue el hombre el que trocó primero el hogar por el trabajo por cuenta
ajena. En este caso, hay que reconocer que Adán mordió primero. Pobre tonto.
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