sábado, junio 14, 2014
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Por Carlos Ibáñez Quintana

Porque el nacionalismo nace con la Revolución francesa. El nacionalismo es la nueva religión con que los revolucionarios de 1789 querían sustituir al catolicismo que hasta entonces era el elemento aglutinante del pueblo francés.

Al nacionalismo revolucionario le prestó una base doctrinal (falsa) el idealismo filosófico alemán. Fue Fichte quien dio la primera definición de nación.

Pero según esa definición Alsacia y Lorena tenían que pasar de Francia a Alemania, como así se hizo después de 1870. Por eso Renán dio otra, en la que primaba la voluntad del sobre la identidad. En España fue Ortega y Gasset el que definió la nación como formada por un proyecto común de futuro. Pero ¿cual es ese proyecto?, ¿quién conoce el futuro?

Para nosotros, los carlistas, el concepto nación es muy confuso. Por eso lo evitamos en lo posible y hablamos de España. Es España nuestro pasado común. Un pasado que amamos con pasión y defendemos con orgullo. Y queremos mantenernos, en el futuro, fieles a ese pasado. Y aquí podemos aceptar la idea de Ortega y Gasset.

Dicen que España es nación desde las Cortes de Cádiz. Los liberales nos lo han repetido machaconamente durante las conmemoraciones del segundo centenario de las mismas. Pero España ya existía antes de 1812. Su fundamental papel en la historia lo había jugado en las Navas, en Granada, en América, en Mühlberg, Trento y Lepanto. Hechos anteriores a las ruidosas y amañadas reuniones de Cádiz.

Un escritor americano ha calificado al nacionalismo de religión. Si el nacionalismo es una religión, tiene que ser una falsa religión; una idolatría.

Como idólatras se comportan los nacionalistas vascos y catalanes. Y no digamos  los nazis. Mi amigo Hans, con sus catorce años, se enfrentaba al profesor de Religión que enseñaba que Cristo había salvado al Mundo. “¡Qué tontería dice Vd.! ¡A Alemania la ha salvado el Führer!”

En Montserrat podemos ver un bajorrelieve que una institución catalanista dedica al lugar “como un símbolo de la nacionalidad catalana”. Creemos que a la “Mare de Déu” se le ha hecho una ofensa mayor que la de aquel pastor protestante que afirmaba tratarse de un ídolo fenicio.

Cuando en 1936, el PNV decidió sumarse al Frente Popular, un viejo seguidor de Sabino de Arana, desde los primeros momentos, se lamentaba al “verse obligado a aliarse a uno de los bandos en lucha, tan enemigo de nuestra patria como el otro”. Ninguna referencia al carácter anticristiano de un bando. Sólo la patria. Y se trataba de una persona de práctica religiosa frecuente.

El nacionalismo ha hecho del patriotismo una idolatría. Mientras que para Santo Tomás el patriotismo es una forma de la virtud de la caridad.

Si estamos contra los NACIONALISMOS vasco y español, pecaríamos de inconsecuencia al profesar otro NACIONALISMO español.

Somos españoles y estamos orgullosos de ello. Porque la España de nuestros mayores jugó el más importante papel que se ha podido desempeñar en la historia. Como vasco amo a Cataluña, porque allí ratificó su conversión nuestro paisano Ignacio de Loyola y allí se conserva el Cristo de Lepanto. Amamos a Galicia la tierra del Apóstol. Amamos a Andalucía, donde naves vizcaínas fueron fundamentales en la liberación de Sevilla del yugo musulmán. Y porque profesamos la misma Fe, que llevó a nuestros mayores a aquella unión, no necesitamos inventarnos el ídolo de la nación para defender una unidad de la que hoy se reniega en esta democracia.

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