Los que desde las doctrinas liberales se oponen al desmembramiento de nuestra Patria alegan algo tan sin sentido como que “España es una nación de naciones”. No importa que la nación sea uno de los conceptos de Derecho Político más imprecisos, que nadie pueda dar una definición de nación que tenga un valor universal. La doctrina liberal imperante dice que en la nación, que es dueña absoluta de sus destinos, reside la soberanía.
En AHORA nos importa muy poco si España es, o no, nación. Vamos a la realidad: España existe. Es algo que no puede negar nadie con sentido común. Su paso por la historia lo acredita. La unidad de España se basa en la historia; es decir: en lo vivido España es un conjunto de pueblos que, unidos por la Fe en el mismo Dios y la lealtad al mismo Rey, ha desempeñado un papel fundamental en la historia de la humanidad. Las dudas sobre la identidad de España han surgido cuando se ha prescindido la Fe en el mismo Dios y nos han impuesto como reyes a los miembros de una dinastía sierva de la Revolución.
España siempre ha sido varia. Lo han exigido el clima y la geografía, en las regiones que la constituyen. Esa variedad no ha sido obstáculo para la fundamental unidad. Unidad que se ha reforzado por la aparición de vínculos de vida, que hoy sería difícil y doloroso romper.
El liberalismo, en sí, implica una ruptura de vínculos, en todos los órdenes de la vida. Juntémoslo a las tensiones que nacen de sus formas de gobierno y ahí tenemos el separatismo. Las regiones tienen una vida propia y desconocer esta realidad con formas centralistas de gobierno es una forma absurda de gobernar y una fuente de tensiones que a muchos les ha llevado a exigir la independencia.
La solución no está en el centralismo jacobino. Tampoco en las actuales autonomías, que no son sino reproducciones del centralismo a nivel regional. La solución está en volver a los principios que fundamentaron nuestra unidad y a las formas políticas que, respetando nuestra variedad, proporcionaron a los españoles una auténtica libertad.
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