jueves, julio 23, 2015
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Tal es el título de la última, por ahora, de Juan Manuel de Prada. Se trata de una obra profunda, escrita en un estilo que la hace asequible a todos los públicos.

Todos los militantes carlistas deben leerla. Porque, aunque no recordamos que en sus páginas se mencione al Carlismo, de su lectura el carlista sacará la conclusión de la importancia y actualidad de la lucha que, desde hace casi dos siglos, llevamos empeñada contra la Revolución. Por encima de los episodios de nuestra historia, de Zumalacárregui y Cabrera, de Somorrostro, Abárzuza y Lácar, la verdad es que hemos luchado contra algo que está destrozando nuestra civilización cristiana: la Revolución. Ya nuestro himno “A los Mártires de la Bandera Tradicional” hace referencia en una de sus estrofas a la Revolución, el monstruo “en cuyas fauces horribles expiraba esta infausta Nación”. Y Don Carlos VII, en su Testamento Político se refiere a la Revolución “a la que declaré guerra implacable”.


De Prada hace un análisis de la situación actual de la sociedad, en todo el mundo. Y nos demuestra cómo la Revolución ha disuelto los vínculos humanos y ha reducido al hombre a polvo. Sus análisis y conclusiones son demoledores. Para un carlista, alentadores. Pues nos anima, más aún nos convence del deber, a seguir luchando, en medio de todas las dificultades del presente, para dejar a nuestros descendientes una sociedad humana. Así, simplemente humana, pues la democracia que padecemos nos ha llevado a la lucha de todos contra todos. La prueba está en cómo se han enfrentado, y se siguen enfrentando, los partidos que vienen participando del poder y los que ha surgido nuevos con pujos de regeneradores. A la democracia la denomina, como viene haciéndolo desde hace tiempo, “demogresca”. Y ese término es el que a los carlistas recomiendo que divulguen.

El gran mal del liberalismo, en su versión más moderada, es que nos aparta de la Redención. No la niega. Pero nos encarece que la dejemos para nuestra vida particular, olvidándola en lo que a la política se refiere. De modo que anula sus efectos, en cuanto la olvida. De Prada cita a Quevedo que, siglos antes de la aparición del liberalismo, habla en sus sátiras de “unos que afirman no creer que Jesús era el Mesías que vino” y otros que “creyendo que Jesús es el Mesías que vino le dejan pasar por sus conciencias de modo que parece que jamás llegó”. Describe perfectamente a los liberales de toda laya.

Carlos Ibáñez Quintana

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