por Alejo Fernández Pérez
Durante la Guerra Civil española
los tercios de requetés cantaban:
Por Dios por la Patria y el Rey
lucharon nuestros padres,
por Dios por la Patria y el Rey
Lucharemos nosotros
también…
Esta canción se extendió a todo el ejército
nacional y a pesar de su inferioridad inicial en armas, dinero y soldados
terminaron ganando la guerra. Y la ganaron porque Dios, Patria y Rey son de las
poquitas cosas por las que uno puede luchar y morir.
Hoy no tenemos Dios, ni Patria ni
Rey. Dios ha sido expulsado de España por la casta política dominante y el
influjo del Nuevo Orden, la Nueva Orden y la Masonería imperante. La Patria se
ha convertido en “este País” y un Rey que jura su cargo sin la Biblia ni el
crucifijo, nunca será Rey de verdad.
Cuando los españoles teníamos Dio
, Patria y Rey acometimos las mayores empresas de la historia mundial sin
dinero, con muy poquitos soldados y sin ayudas: Descubrimos, conquistamos y
colonizamos América. Nuestros soldados llevaban delante siempre nuestra bandera
y la Cruz. Detrás a los misioneros con Cristo. América fue española, habla
español y es católica. Igualmente paramos al protestantismo y derrotamos al
turco musulmán.
No fueron las fuerzas de las armas
quienes vencieron, sino el espíritu de unos reyes y soldados imbuidos de Cristo
y sus mandatos: “predicad el Evangelio hasta los confines del mundo”, “Yo
estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Cristo cumplió.
Cristo cambió el mundo con 12 semianalfabetos
sin poder, riqueza ni instrucción. No tuvieron más que Fe en Cristo, su Dios.
Derrotaron al imperio romano y se extendieron por todo el mundo conocido.
Crearon la mayor civilización del mundo hasta hoy. Su mejor arma, más potente
que las bombas atómicas, su Dios.
Algo parecido sucede hoy con los yihadistas de
Irak y Siria. Llenos de Alá, su Dios, van ganando terreno aterrorizando a sus
enemigos que huyen despavoridos ante su presencia sin apenas luchar. Como
sucedía con el pueblo judío cuando el Señor les envió contra los pueblos
infieles de Palestina
Nuestro enemigo lo tenemos dentro
de casa. Lo constituye toda la casta política sin Dios antedicha, que por
cobardía, ansia de poder o porque está
de moda se ha apuntado a las filas de Satanás, abandonando a Cristo. Los
pecados del Rey los paga su pueblo. Son los laicistas vergonzantes, leguleyos
que buscan justificarse con las leyes de una democracia más que corrupta.
Recordemos: “Toda Ley que va contra lo que Dios manda, ni es ley ni es Rey
quien así se desmanda”, Lope de Vega.
Otra de nuestras rémoras es la blandengue
transigencia de que nos habla Escrivá de Balaguer “La transigencia es señal
cierta de no tener la verdad. —Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de
honra o de Fe, ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe”. Ideal,
honra y fe otras tres palabritas desaparecidas del diccionario que han quedado
como atributos de quienes cumplen los 10 Mandamientos, o sea, de las personas
honradas. Las otras están desgobernando. El terrorismo de las Vascongadas y de
Cataluña no son más que frutos de una transigencia cobarde y vana.
Recordemos también la carta de
San Pablo a los Efesios 6,12-13 escribe:
“…nuestra lucha no es contra seres de carne y hueso, sino contra las
autoridades, contra las potestades, contra los soberanos de estas tinieblas,
contra espíritus malignos del aire (es decir, contra el diablo). Por tanto,
requerid las armas de Dios (oraciones, perdón, sacrificios,…) para poder
resistir el día funesto y manteneros venciendo a todos.
España y Europa están en peligro.
Los yihadistas están llamando a nuestras puertas. Vienen y pelean amparados en
su Dios y en el odio al infiel con violencia inaudita. No serán derrotados por
las armas. Serán derrotados únicamente por Cristo cuando el pueblo se vuelva a
Él arrepentido y humillado. Hasta que Cristo no reine en España sus enemigos
ganarán. Y Cristo no reinará hasta que no
expulsemos a toda esa basura de partidos políticos enemigos de Dios y de
los cristianos acobardados que se avergüenzan de Él. Son los nuevos y eternos
fariseos que han llegado rebotando de generación en generación hasta nuestros
días".
Sin embargo, el Señor siempre se
reserva un resto. Y su promesa sigue vigente: “Yo estaré con vosotros hasta la
consumación de los siglos”.
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