Decían las Ordenanzas Militares
de Carlos III: “El Oficial cuyo propio honor y estímulo no le movieran a obrar
bien, no sirve para mis ejércitos”. “Propio honor”, en un tiempo en que era
común la creencia de que “el honor es patrimonio del alma y el alma solo es de
Dios”. El honor era una manifestación de la presencia de Dios, en la conducta
de los hombres. Hoy, el sistema liberal ha suprimido a Dios de la vida pública.
El honor se ha vaciado de contenido. Es más: para amplios sectores de la
sociedad es un concepto burgués y por burgués digno de desprecio.
El tan extendido concepto del
honor no era suficiente en aquella sociedad preliberal. Además había
instituciones humanas que invitaban a vivir con honor. El Juicio de Residencia,
al que eran sometidos los cargos públicos al terminar su mandato, también
“movía a obrar bien”. Luego las constituciones liberales suprimieron el Juicio
de Residencia.
El estado de bienestar cuida de
nosotros desde la cuna hasta la tumba. Ha ocupado el papel de la Divina Providencia suprimida de
la vida pública. Nos cuida con tanta solicitud que hasta provee muchas
necesidades que, naturalmente, deberían ser provistas por cada uno o por la
sociedad.
Pero para ello necesita muchos
recursos. Por eso los adquiere cargándonos de impuestos. Esos recursos son
administrados por los políticos. Los políticos son elegidos sin ninguna
selección. Es político cualquiera que se preste a ello. En muchas ocasiones
quien no sirve para otra cosa. De este modo no es extraño que abunden entre
ellos quienes desconocen el honor. Ya tenemos mucho dinero y poder en manos de
esa clase de hombres. Dada la forma en que se han seleccionado: ¿nos puede
extrañar que usen el poder y el dinero en su beneficio personal?
Poder y dinero nos atraen a
todos. Son una fuente de tentación. Entre las pocas cosas que el Salvador nos
dijo que debíamos de pedir al Padre está el “no nos dejes caer en la
tentación”. Pero muchos de nuestros políticos alardean de desconocer ese Padre.
Consideran una puerilidad esa petición tan importante. ¿Nos puede extrañar que
caigan en la tentación?
La movilidad en los cargos
políticos, propia de la democracia, agudiza la codicia. Se atribuye a la madre
de Napoleón la frase “mientras esto dure”. Los cargos son apetitosos. Su
permanencia en ellos no está asegurada. Las oportunidades pasan. Son como las
liebres para los cazadores: si no disparas cuando las tienes a tiro te quedas
sin ellas.
Todos nos lamentamos de la
corrupción que ha alcanzado una extensión de escándalo. Nosotros nos limitamos
a indicar sus causas. Los españoles tienen la palabra. Si persisten en mantener
la democracia tendrán corrupción. ¿Es que no hay corrupción con otros sistemas
políticos? Sí, la hay, pero no goza de impunidad.
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