por Carlos Ibáñez Quintana
El término ideología fue creado
por el filósofo idealista alemán Hegel para designar un sistema de pensamiento,
cerrado, coherente consigo mismo, pero que no tiene en cuenta la realidad. El
Carlismo no puede ser eso. El Carlismo es un conjunto de doctrinas políticas,
basadas en una sana filosofía. Para los que siguen la ideología marxista, el
supremo maestro es Marx. Nuestros maestros son muchos y más antiguos. Empezando
por Aristóteles y no podemos citar a ningún otro como término de la lista,
porque con los años van apareciendo nuevos pensadores que basados en el mismo
sistema de pensamiento y atendiendo a las necesidades de cada momento, van
añadiendo nuevas propuestas de solución.
Por eso el Carlismo es
permanente. Es antiguo y es actual. Las ideologías se quedan anticuadas porque
han surgido en un momento dado y son resultado de los problemas de ese momento.
En muchas ocasiones me he visto
precisado a corregir a correligionarios que, contaminados con el lenguaje de lo
políticamente correcto, calificaban al Carlismo de ideología. No hay tal. El
Carlismo es una doctrina. Y una doctrina abierta a las necesidades de cada
momento.
Esa es la diferencia fundamental
con las ideologías. Las ideologías, repetimos, son cerradas y no tienen en
cuenta la realidad. Por eso los partidos políticos actuales no pueden llega a
acuerdos. En ellos pesa más la ideología, que no deja de ser un conjunto de
ideas preconcebidas, que la realidad. Lo único que consiguen es el consenso.
Mediante el consenso los partidos renuncian a imponer parte de su ideología,
para llegar a un acuerdo que posibilite la gobernación. Lo hacen por
conveniencia, no por convicción. Y en la práctica, lo estamos viendo, lo
fundamental del acuerdo es taparse los unos a los otros las corrupciones en que
incurren.
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