Querido Pepe Romero Ferrer:
Tu vida se nos ha escurrido de
las manos y nos has dejado solos. Tú eras un elemento más de la estructura de
nuestra casa común. Sabíamos que tú siempre estarías donde se esperaba que te
hallaras. Que en ti encontraríamos todas las veces necesarias el consejo
oportuno, aunque, a veces subido de tono. Que tu generosidad solucionaría el
problema inesperado. Que tú tendrías archivado el documento perdido y que urgía
para el informe. Que tu modo de actuar ante cualquier eventualidad sería el que
había que imitar.
En fin, Pepe, tú sabías
perfectamente la responsabilidad que habías asumido siendo el referente de
tanta gente, carlistas y de otras ideas, lirianos y de otras tierras, ricos y
pobres, dirigentes y dirigidos.
Y ese papel lo has sabido hacer a
la perfección porque tú, a tu vez, a lo largo de tu vida has tenido grandes
maestros a los que has admirado y amado. Y has sabido aprovechar de las
personas que Dios ha cruzado en tu camino las facetas que considerabas
ejemplares. A veces, personajes ilustres y famosos, otras, gentes que pasan
silenciosamente por tu lado.
Tú llenaste las paredes del
salón-museo del Círculo Carlista de Liria con un montón de fotos de tus amigos
y de los amigos de tus amigos, de tus modelos de vida y los modelos de tus
modelos.
Porque, querido Pepe, tú te has
sentido siempre inserto en ese racimo de comunicación mutua que la Iglesia
llama “Comunión de los Santos”. Y has entendido por qué la Causa Carlista ha
asumido analógicamente el nombre de Comunión, que a ti tanto te gustaba.
En la Comunión Tradicionalista
valenciana tú lo has sido casi todo. Has desempeñado la mayoría de los papeles
y has tocado todos los instrumentos posibles.
Tú has hecho posible, con muchos
otros de los fotografiados en las paredes de ese relicario, el Círculo San
Miguel, como lo hiciste con el Aparisi y Guijarro.
Tú diste impulso para caminar a
las Juntas Carlistas de Valencia. Tú les diste disciplina para obedecer y tú
supiste cuándo había que decir basta. Has sabido ser leal hasta donde la
lealtad era posible. Nunca te has convertido en cómplice de lo que entendías
como desviación.
En los momentos amargos de la
ruptura, Pepe Romero no ha convertido jamás un
disentimiento en odio. Nunca ha pagado la traición con rencor.
Tú has entendido, Pepe, con una sensibilidad especial el lazo de
unión con la Dinastía. Por el Rey habrías muerto y habrías matado. Pero siempre
que sus mandatos reflejaran los del único Soberano que no yerra.
Los que venimos tras de ti hemos
crecido a tu sombra y nos hemos sentido arropados y queridos por ti, aun en las
frecuentes horas de discrepancias y discordias.
Por eso si es de justicia que los
buenos alcancen premio, al final de la carrera por la vida, todos tus
compañeros de armas políticos pensamos que tú eras el perfecto candidato a la
ingresar en la Orden de la Legitimidad Proscripta que el Rey Don Jaime III creó
el 16 de abril de 1923.
Pero estamos en tiempos de
orfandad dinástica. Esa orfandad ha sido un de las cruces de tu vida política.
Por eso, unos días antes del acto
del Monasterio de Santa María del Puig de 2012, en que Don Carlos Javier,
recién tomado el relevo dinástico, iba a condecorar a doña Trinidad Ferrando
Sales y a otras personas, tuve un breve encuentro con uno de los dirigentes del
entorno del llamado a ser el Rey. Y le pregunté por el procedimiento para
solicitar para ti la Cruz de la Legitimidad Proscrita.
Torció el gesto mi admirado
amigo, que no correligionario, para advertirme que esas condecoraciones
requerían lealtad dinástica. Y a ti, Pepe Romero, te faltaba.
(Se refería, obviamente, al hecho
de que en 1973 tú te hallabas entre los que optaron por el honor y se alinearon
tras Pascual Agramunt frente a “los clarificadores del Carlismo” encabezados
por Don Carlos Hugo y Doña María Teresa. Los otros servicios a la Dinastía
quedaban anulados).
No sé hasta qué punto somaticé
mis emociones contrariadas, que el influyente colaborador me sugirió que no
acudiera al acto al que terminaba de invitarme, si ello me había de procurar
peligro para mi salud.
Hoy, amigo Pepe, ante tu cadáver
estoy por darle la razón a mi antiguo amigo, en cuanto a las razones que
esgrimía para vetarte como posible integrante de la Real Orden de la
Legitimidad Proscrita.
A la vista de las circunstancias
que concurren en determinados condecorados y no se dan, afortunadamente en ti,
coligo que tal “lealtad dinástica” va vinculada al singular concepto de la
legitimidad y de la proscripción que denotan los hechos y dichos de los que se
irrogan la potestad de premiar políticamente a los carlistas.
Toda tu vida has demostrado cómo
valoras la legitimidad y como vives la lealtad. Y cómo, al decir de Álvaro
d’Ors, tu lucha política ha sido la del leal que busca convertir en legal la
legitimidad, en lugar de proscribirla o asimilarla.
Muchas gracias, Pepe Romero, por
lo que nos has amado y nos has enseñado.
Ayúdanos a ser dignos de seguir
tu ejemplo.
José Miguel Orts Timoner
Valencia, 10 de noviembre de 2014
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