por Carlos Ibáñez Quintana
secretario de programa de la CTC
Regalada por uno de los autores, me ha llegado la obra “Raíces de
Libertad”, recopilación de las sucintas biografías de 21 cargos
políticos del PP, asesinados por ETA. Como autores figuran Antonio
Merino Santamaría y Álvaro Chapa Imaz. El prólogo es de Mariano
Rajoy. En realidad se trata de una recopilación. Cada biografía es
un relato por parte de un próximo allegado a la víctima.
La obra es impresionante. Todo lo que se diga del sufrimiento de las
víctimas y de sus familias es poco. Porque al asesinato, en muchas
ocasiones, le precedían amenazas telefónicas y vacío social, sobre
todo en los pueblos. Y de ese vacío social continuaba siendo
víctima la familia del asesinado.
La lectura de la obra, nos hace ver la frivolidad con que por parte
de muchos políticos se trata el tema. Es muy fácil decir que se
comprende el sufrimiento de las víctimas y sus familiares. Pero el
comportamiento de los que lo dicen pero luego se embarcan y apoyan
“procesos de paz” demuestra que se trata de una mera fórmula. No
podemos evitar que esos sentimientos que se manifiestan, nos parezcan
carentes de base.
La lectura de la obra nos sugiere algo que tenemos que decir a la
cúpula del Partido Popular.
Han sido conscientes de las duras condiciones, del peligro, en que
han vivido los miembros de su partido que se prestaban a
representarle. Los primeros asesinados ya eran prueba suficiente.
Ello originó que en los pueblos nadie quisiera presentarse en una
lista de las municipales. Ante esa situación el PP ha optado por
confeccionar listas a base de personas ajenas al municipio en
cuestión. Vecinos de las capitales o de las poblaciones mayores
incluso procedentes de otras regiones. Con lo cual iban contra el
principio elemental de que para tales cargos se deben presentar
personas con arraigo en el pueblo, interesadas en su buen gobierno.
Daban y dan la impresión de que para dicho partido lo importante era
y es que la democracia, o la apariencia de la misma, funcionara. De
que de cumpliera en trámite.
Mientras tanto, el peligro lo arrostraban los valientes que se
prestaban a “dar la cara” con las consecuencias que en la obra en
cuestión se relatan.
A nuestro modesto entender, el PP debería haber proclamado a todos
los vientos que en esa región de España no había democracia. No
era posible. Que las elecciones no se celebraban en las condiciones
de libertad que la democracia exige.
Y negarse a participar en la farsa. El PP disponía de medios para
que su denuncia llegara a las más altas instancias
internacionales.
No lo hizo. La única interpretación que se nos ocurre es que era
consciente que, de haberlo hecho, habría descalificado al régimen
actual. Habría demostrado la farsa que encubre. Y eso no pueden
hacerlo los fieles servidores del ídolo que es la democracia.
El sistema tiene que seguir funcionando. Aunque para ello hayan de
morir los más inocentes. Los dioses falsos siempre han exigido
víctimas humanas. Lo mismo en la tierra de Canaán que en la América
que descubrieron los españoles.
Las veintiuna víctimas cuyas biografías se reseñan y alguna más
han sido sacrificadas en el ara de ese falso dios que es la
democracia. Y ofrendadas, consciente o inconscientemente, por la
cúpula del PP. No encontramos otra explicación.
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