No, no nos referimos al famoso sorteo que promueve la ludopatía oficial. El Niño de la Navidad es el Niño-Dios. Debiera ser el centro de todo en una sociedad de bautizados pero la macro y la microeconomía del solsticio de invierno lo han relegado de nuevo a un establo marginal en las afueras de la gran ciudad. No se puede servir a dos señores ¿verdad?
En estas circunstancias la historia sigue tan fresca como siempre: un Niño Salvador que nace oculto, unos poderosos que quieren acabar con su vida, unos reyes que buscan y encuentran al Rey de reyes.
Pero el trasfondo de esta batalla es algo más que una guerra comercial entre el papanoel yanqui y los Reyes Magos hispanos. Es todo un modelo de sociedad lo que está en juego. Un modelo, el de la Hispanidad, que exaltaba sus principios y sus valores al concluir el año, frente a otro modelo, el liberalismo desapegado, que quisiera recluir los villancicos en la sacristía.
Las batallas políticas del Carlismo en el siglo XXI tienen mucho de prepolíticas pero siguen siendo cosa nuestra, porque detrás de cada nueva tendencia descristianizadora hay una ley, una medida de gobierno, una subvención. No se desmonta una sociedad tradicional por pura carcoma cultural o filosófica. Son los políticos, nuestros hermanos los desastrosos políticos del sistema, los culpables de este vaciamiento generalizado que llega a su extremo en el absurdo de una humanidad sin humanos, o de una Navidad sin Nacido.
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