Se ha definido la Legitimidad
como “la justificación intrínseca del poder y su ejercicio”. El poder se
legitima sin más. No hay grupo humano que no tenga a su frente alguien que lo
rija, individual o colegiadamente. La legitimidad se refiere al órgano que
ejerce el poder y al modo con que lo ejerce.
La más bella definición de
democracia dice que es “el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el
pueblo”. Paralelamente proclamamos la Monarquía Tradicional como “el gobierno
del pueblo, para el pueblo y por una familia secularmente consagrada al
servicio del pueblo”. El fallo de la democracia está en ese “por el pueblo”
final. La realidad demuestra que el pueblo no ejerce, ni ha ejercido, ni
ejercerá nunca el poder. Siempre interviene una persona o un grupo reducido.
Arguyen los demócratas, que esa
persona o grupo son elegidos por el pueblo, cuya voluntad les confiere la legitimidad. Contestamos
nosotros que la voluntad del pueblo es la que confiere a esa familia el derecho
(más bien el deber) de gobernarle. Es una voluntad que no se expresa mediante
urnas, sino con la adhesión secular con que el pueblo viene gritando “¡Viva el
Rey!”.
Nuestra Monarquía surgió en los
primeros tiempos de la Reconquista. Cualesquiera que fueran los conflictos por
los que atravesó, se resolvieron en España. Se cristalizaron en una ley de
sucesión que eliminaba toda duda sobre quién debe ser la persona de esa familia
que debe ejercer el poder.
En la designación del poder
democrático interviene el pueblo. Pero de manera ciega. Vota, sí; pero sin
saber a quién vota y por qué vota. Los candidatos, entre los que puede elegir
han sido ya designados. No sabemos por quién. En la gestación y nacimiento de
la actual democracia española participaron numerosos poderes, grupos de
presión, que nos dijeron “habla, pueblo,
habla”, cuando la realidad era que nos mandaban repetir un papel que nos
ponían delante.
Un estudio minucioso del proceso
y de los protagonistas que lo forzaron nos habla de la aceptación de potencias
extranjeras, del apoyo de grupos financieros y de la cooperación de élites
políticas. El atento examen de lo que hoy sucede nos muestra un gobierno que
recibe órdenes de fuera y las cumple. Esto es “el gobierno del pueblo” pero no
“para el pueblo”, sino para poderes ocultos y no “por el pueblo”, sino por los
lacayos de esos poderes.
El gobierno de la Monarquía
Tradicional sería muy malo, según nos dicen los demócratas de hoy. Pero la
democracia que padecemos es mucho peor, de acuerdo con lo que estamos viviendo.
Por eso seguimos defendiendo la LEGITIMIDAD.
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