por Nicolás de Saracho
Soy poseedor de una pequeña
huerta en las afueras del pueblo, lindando con los restos de la antigua
muralla. El terreno fue calificado como edificable hace unos cuarenta años.
El
terreno está limitado por un arroyo. Al otro lado del mismo se extiende una
amplia finca, que estaba calificada como rural. En ella no se podía construir.
Como terreno rural fue adquirido
por un promotor inmobiliario. Un estudio de arquitectura le confeccionó un plan
de urbanización que afectaba a sus terrenos, al mío y a los de unos amigos.
Presentó el proyecto al Ayuntamiento de la localidad que inmediatamente lo
aprobó.
El promotor creó una sociedad
constructora. Los terrenos que había adquirido a título personal, los vendió a
la sociedad. El precio que figuraba en la escritura de compraventa era varias
veces superior al que pagó en la compra inicial.
No voy a relatar los perjuicios
que tal operación me ha causado, insignificantes en relación a los infringidos
a mis amigos, propietarios de los terrenos contiguos. Afortunadamente, el
proyecto de construcción está parado. Esperamos que tarde en ser activado.
El hecho me sirve para comentar
la manera ficticia con que en este sistema se crea riqueza. Bastó una decisión
del Ayuntamiento para que lo que valía “tanto” pasase a valer varias veces más.
Una decisión, una palabra, crea una riqueza. Eso nos lo creemos nosotros. Mejor
dicho se lo creen otros. Porque nosotros sabemos con certeza que no hay otra Palabra
capaz de crear que la de Dios.
Cuando se construyan las
viviendas, sobre su precio repercutirá el mayor valor del terreno. Y habrán de
pagarlo quienes adquieran lo que para ellos es un derecho garantizado por la
Constitución. La codicia de un especulador y la decisión de un ayuntamiento,
han hecho posible que se atraque a unas familias que necesitan un piso para
vivir. El atraco es diferido, pues no será efectivo hasta que las viviendas
sean realidad. En el atraco no se han usado trabucos ni se ha pronunciado el
clásico “¡La bolsa o la vida!”. Pero no deja de ser un atraco.
Como ese, miles de atracos se han
producido en toda España. Todo dentro de este bendito sistema hijo de la
Revolución. Centenares de especuladores han forjado sus fortunas. Aumentando
así la diferencia económica entre capas sociales que tanto lamentamos.
La corrupción. La crisis, que
estamos padeciendo de una manera escandalosa, ha tenido en ella una de sus
causas. Hoy, centenares o miles de familias son desahuciadas porque no pueden pagar
la hipoteca. Ello es debido a que el precio era excesivo. O a que el deudor se
ha quedado sin trabajo. O a las dos causas; sin olvidar que la crisis de
trabajo ha tenido una de sus fuentes en esos atracos que hoy denunciamos.
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