Por José Fermín Garralda Arizcun
presidente de la Comunión Tradicionalista Carlista de
Navarra
El impulso totalitario de quienes hacen de su capa un sayo
reverdece en Navarra. A algunos, por cierto que de una forma nada
representativa, les lleva a decidir absolutamente sobre todo lo ajeno: la vida
del concebido y no nacido, el matrimonio, la adopción y la familia, los
derechos paternos, la educación, los bienes de otros y, por último, el
pensamiento y decir de los demás. Y si es el de un arzobispo elevado al
cardenalato, mejor que mejor. Aunque sea del que fue nuestro querido arzobispo
Mons. Sebastián Aguilar.
Ocurre que la Mesa y la Junta de Portavoces del Parlamento
de Navarra ha aprobado, con la oposición de los grupos parlamentarios UPN y PP
–por otro lado oposición flojita-, una declaración institucional donde se
reprueba al cardenal don Fernando Sebastián Aguilar por sus declaraciones sobre
la homosexualidad.
Dudamos de las intenciones de la Mesa, porque: ¿no es
cierto que Mons. Sebastián ha afirmado, en el ejercicio de sus facultades, de
su saber y su libertad, lo que cree necesario decir sobre la homosexualidad,
siendo claro en su contenido y expresamente respetuoso con las personas?
Algo huele a podrido en Navarra, pues lo que se ha dicho
para reprobar a Mons. Sebastián es sintomático de un ayer larvado totalitarismo
político que hoy ya es manifiesto. Es llamativo que se manifiesten así quienes
tienen tantísimo que avergonzarse por las legislaciones que dictan contra la
vida del concebido y aún no nacido, el matrimonio y la familia, el derecho
irrenunciable de los padres a educar a sus hijos, la libertad educativa, las
particularidades de los centros educativos…
Son los que se meten a decidir en todo lo que es vida
ajena, como forma de reírse de los Fueros que siempre tuvimos. Claro es que
ellos sólo entienden el poder total del Estado, y si es arbitrario mejor. Tras
destrozar sobre un papel que todo lo aguanta, pero cuyo contenido se propaga
ejemplarmente en nuestra vida, la naturaleza del hombre y las sociedades, ahora
van contra quien nos recuerda cómo es el hombre. No se atrevieron a desahogarse
cuando Mons. Sebastián era arzobispo de Pamplona-Tudela, a quien tantísimo le
debemos los católicos navarros, que son la inmensa mayoría de las gentes de
Navarra, y ahora quieren matar su recuerdo.
Dirá el Sr. Lizarbe (PSOE) que "cada uno puede pensar
lo que quiera" aunque siempre que el otro piense como yo. Excluyente es el
Sr. Nuin cuando llama sectarios a quien no piensa como él y, en consecuencia,
como un vulgar jacobino, si por él fuese les quitaría los cuartos con multas y
hasta les metería en la cárcel. Parece que la sombra de Robespierre planea
sobre Navarra, tierra que fue de libertades, de generoso corazón y de una
verdadera religiosidad. Quisieran volver todo al revés, aunque nosotros les
paguemos. Es penoso ver cómo Ramírez (Bildu) cree representar la libertad y la
paz, la modernidad y, sobre todo, el sentido común. ¿Corregir fraternalmente a
quienes humillan a las víctimas del terrorismo y claman por los etarras presos?
¡Ah!, eso de ninguna manera. Lo mismo diremos de un tal Aierdi. Como si su
ideología no fuesen sentimentaloide, aburguesada de cartón y un tanto atávica.
¿Y no saben que el sentido común es el menos común de los sentidos?
Los portavoces de UPN y PP no han sido todo lo convincentes
que hubieran podido, porque sólo alegan la injusticia de atentar contra la
libertad de pensamiento y expresión de Mons. Sebastián, y el PP reduce la
postura de éste a ser la opinión de uno de los miembros de la Iglesia católica.
Pues bien, además de sus indudables derechos, Mons. Sebastián es un experto en
los temas de los que habla, fue muy querido por casi la totalidad de los
navarros cuando fue obispo de Pamplona-Tudela, es escuchado con mucho gusto por
millones de personas, y sobre todo tiene en la Iglesia la autoridad propia de
los cargos en los que está investido.
Si es lamentable que la mayoría de los parlamentarios se
muestren seguiditas del prepotente lobby gay, también es penoso que pretendan
dar lecciones de serenidad y humanidad. De leerles la cartilla sin duda
quedarían colorados.
Me dirijo ahora a todos: ¿pensaba Vd. en 1978 que la cosa
pública iba a desembocar así? Nosotros dijimos que así iba a ser, y tuvimos
razón. Seguramente los “contras” de la Mesa quisieran otra Constitución. No es
que nuestro pueblo navarro, siempre noble y de mirada clara, se haya enrevesado
tanto, no; ocurre que desde hace mucho tiempo el arbolito se plantó muy mal.
Por lo que se ve, dichos parlamentarios no tienen otra cosa
para hacerse notar y tener una causa común. Ni solucionan los problemas de los
navarros, ni aligeran la horrible crisis que sufrimos, ni tienen saber,
prudencia, y en este caso mucho menos justicia humana y divina. Llevan en sí la
generación “ni-ni”. Ya que se han quedado sin programa político salvo el
separatismo y la irreligiosidad, parecen convertirse en los líderes de un
anticlericalismo aparentemente puntual hasta que lo hagan extensivo a todos los
católicos. Al tiempo. ¿Quién se han creído que son?
En su decisión de reprobar a Mons. Fernando Sebastián la
representatividad es una ilusión, porque ¿se consideran con “mandato
imperativo” para declarar y decidir como lo han hecho? ¿En qué parte de sus
programas políticos lo indican? ¿Por qué no admiten el “juicio de residencia” y
por qué creen que el cheque del votante es un cheque en blanco?
Afortunadamente, su decisión no es representativa ni de Navarra, ni de sus
votantes.
¿Por qué ziriquean y provocan al pueblo navarro haciéndole
pasar una gran vergüenza? ¿Mantienen su venganza histórica?
Sea lo que fuere, son un triste ejemplo de la oligarquía
ideológica más falsa que Judas que utiliza la democracia entendida como
participación –en realidad es mucho más- pero para cargársela.
Monumento de los Fueros de Navarra Detrás el Gobierno de Navarra |
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