El panorama de esta crisis no puede ser más sombrío ni más absurdo. Un partido político ha gobernado durante siete años. En todos los niveles de la administración ha dejado vacías las arcas y las instituciones endeudadas. Se ha cambiado de partido gobernante. Y éste no ha tenido más remedio que reducir gastos y elevar los impuestos. El pueblo fue expoliado. Y ahora es oprimido para arreglar las consecuencias del expolio.
Los bancos se metieron en unas operaciones aventuradas. De ellas han resultado unos agujeros que exigen inyecciones de dinero público. De dinero del pueblo.
Las cajas de ahorro, instituciones financieras populares, han sido gestionadas por incompetentes, generalmente procedentes de los partidos, que las han llevado a la ruina. En su remedio hay que recurrir a los fondos públicos que aporta el pueblo.
El pueblo español, impotente e inerme, está siendo expoliado, desplumado y oprimido. Esto bajo un régimen político que llaman democracia y que dicen que el pueblo se dio libremente.
En teoría tenemos un “Rey”. Los españoles siempre vieron en el rey su defensa contra los abusos de los poderosos. ¿Qué hace ese Rey en tales circunstancias? Nada, porque no puede hacer nada. Los políticos nos impusieron una Constitución que le obliga a permanecer, no sabemos si indiferente, pero al menos inactivo, ante las injusticias que se cometen con el pueblo.
¿Para qué sirve entonces el Rey? Para dar al sistema una estabilidad que no le puede dar la República; como se ha demostrado en dos ocasiones.
El liberalismo es un puro sueño. Es algo que prescinde de la naturaleza. Su postulado fundamental, que pone a la libertad, entendida como ausencia de toda obligación, como el fin supremo, lleva consigo la disolución de la sociedad. Por eso el liberalismo tiene que ser inconsecuente con su postulado, ceder ante la naturaleza e, incluso, recurrir a instituciones tradicionales como la Monarquía para poder subsistir.
Y henos aquí con una “monarquía”, institución que se justifica como defensora del pueblo frente a los abusos de los poderosos, dando estabilidad al sistema político partitocrático que padecemos. Al sistema político que se ha manifestado como una expoliación del pueblo en beneficio de los partidos y los poderosos. Haciendo de la Monarquía lo contrario de lo que debiera ser.
No queremos república. Porque es menos mala la opresión que el caos. Y la República en España por dos ocasiones ha terminado en un caos en el que ni los mismos republicanos se han entendido. Pero no podemos resignarnos a vivir bajo la opresión. Por eso queremos una Monarquía. Pero no una república coronada como la de don Juan Carlos; no una falsa monarquía de opereta que tiene los días contados, sino una Monarquía auténtica y legítima: hay una oportunidad para la monarquía tradicional.
Porque actualmente el liberalismo está utilizando la institución para lo contrario de aquello para lo que fue instaurada.
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