por Carlos Ibáñez Quintana
Los conciertos económicos,
vigentes en Navarra y en las Vascongadas, constituyen un privilegio porque sólo
en dichas regiones están vigentes. Ese privilegio da lugar a que determinados
servicios funcionen mejor. Las Vascongadas y Navarra disfrutan de unas ventajas
que no tienen las demás autonomías. Pero ello no da lugar a un agravio
comparativo.
Al amparo de su régimen foral las
Vascongadas y Navarra disfrutaban de una administración local mejor que el
resto de España. Eso en el siglo XIX. Don Carlos VII en su carta manifiesto a
su Hermano, se manifestaba partidario de que semejante situación se hiciera
extensiva a toda España.
Por el mismo tiempo Cánovas del
Castillo manifestaba su admiración por lo mismo y se mostraba partidario de
implantar tal régimen en toda España.
No es que los vascos y los
navarros no pagasen impuestos. Hacían obras públicas; atendían muchos
servicios. Eso exigía dinero. Pagaban impuestos. La ventaja estaba en que ellos
mismos los administraban.
Cuando Cánovas suprime los Fueros
vascongados, concede a las Provincias los conciertos económicos. En su virtud,
las diputaciones contribuían con un cupo a la hacienda estatal y con el resto
atendían a sus necesidades. El conceder tal privilegio lo vemos como una
concesión al sentido común. Si los vascongados se administraban bien, lo lógico
es que se les permitiera seguir haciéndolo. Mantener lo bueno es la misión del
gobernante. Con la aportación del cupo contribuían a los gastos generales.
Con los concierto los vascongados
pagaban menos que el resto de los españoles y tenían mejores servicios. Pero
era porque lo administraban mejor.
El General Mola quedó estupefacto
cuando la Diputación de Navarra le entregó un talón de quince millones de
pesetas. La confesó a su Secretario: “Esta administración foral, en la que el
Presidente de la Diputación se preocupa de apagar las luces a la vez que se
puede permitir hacer un donativo de tal importancia, es lo que hay que imponer
en toda España”.
Por el mismo tiempo Indalecio
Prieto reprochaba en carta a José Antonio de Aguirre la monstruosa
administración que estaban montando al amparo del estatuto recién concedido, en
contradicción con la administración
foral, que Prieto conocía bien por haber sido diputado provincial de Vizcaya.
A Guipúzcoa y Vizcaya les
suprimieron sus conciertos en 1937, inmediatamente de la liberación de Bilbao,
como castigo por no haber secundado el Alzamiento. Flagrante injusticia, cuyas
consecuencias las estamos pagando ahora. En efecto: los nacionalistas vascos
utilizaron dicha supresión como elemento de propaganda. Los que defendemos la españolidad de nuestras tierras nos
quedábamos inermes ante sus argumentos. Todo lo que alegábamos en contra del
nacionalismo, razones doctrinales e históricas, tenía menos importancia para la
masa que la desdichada decisión. Pues ésta era más palpable y afectaba más a la
masa, que las otras razones, solo alcanzables para las personas de cierto nivel
cultural.
Tremendo error. Pues no creemos
que sea forma de gobernar el castigar a unas provincias privándolas de su
administración eficaz y sometiéndolas a otra que la experiencia presentaba como
peor.
Los conciertos económicos son un
privilegio. Pero no pueden dar lugar a un agravio comparativo. Dejarán de ser
privilegios si se extienden a toda España. Y eso es lo que hay que hacer.
Aunque somos legos en Derecho
Administrativo, tenemos unas ideas fijas; muy sencillas. Hay necesidades
públicas que se pueden resolver a nivel municipal. Otras a nivel provincial y
otras que afectan al estado. Lo lógico es que los recursos necesarios vayan
directamente a la institución que ha de utilizarlos. No tiene ningún sentido
que los recaude una hacienda estatal y luego los reparta entre las
instituciones de menor rango. Lo único que con ello se consigue es que una
parte importante se quede por el camino. Además que ello sí puede dar lugar a
agravios comparativos, por la forma con que se hace el reparto.
Si las Vascongadas y Navarra
gozan de una situación privilegiada, el sentido común pide extenderla a toda
España. Por el contrario, el pensamiento liberal dominante exige la igualdad, haciendo
que todos queden igualmente perjudicados.
¡¡Andalucía Carlista!!
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