¡Las
mujeres y los niños primero!
por
Bruno Zazo
¿Cómo
enfocar el llamamiento a la reacción y defensa de la familia (“La
familia, nuestra familia, lo primero”, encabeza la revista) desde
Las alforjas y el camino,
desde la economía real? ¿Hay defensa posible de la familia, desde
la perspectiva de la economía real?
Sí.
La defensa es obvia: quien destruya a la familia fulminará la
economía. Y quien acabe con la economía lo hará consigo mismo. En
consecuencia, no es difícil responder a la pregunta, pues la propia
dinámica natural conduce, irremediablemente, a la defensa de la
familia desde la economía. Por la cuenta que nos tiene.
1.
¿Dónde estamos? ¿Por qué un llamamiento a la defensa de la
familia desde Ahora
Información? Antaño uno
estaba, paradójicamente, dispuesto a sacrificar lo querido a
cualquier causa que lo meritara: y lo más querido (los hijos) se
entregaban a la mayor causa, Dios; de tanto en tanto, también a la
patria, siempre que tuviese a Dios como regente. La promesa que los
hijos encarnaban era de inferior entidad que la del Reino. Existía,
pues, un orden: consecuentemente lo de abajo se sacrificaba, si así
lo requería la razón o la autoridad, a lo de arriba. La familia,
recurso precioso para la misión por excelencia: la gloria a Dios. Lo
natural siempre sobrenaturalizado, aunque Dios no nos pida
habitualmente que sacrifiquemos a la familia, pues eso sería ir
contra la naturaleza. Aún así, promesa y alianza: economía de
salvación.
“Para
que un colectivo exista necesita de un fundamento (principio de
autoridad), de una unidad (autorepresentación común) y de una
finalidad (proyecto común)”,
dice Barraycoa en El
trabajador inútil, citando a
Zaki Laïdi. Pues bien: sin principio de autoridad (nudo poder,
choque de átomos, es el fundamento de la dinámica social actual);
sin autorepresentación común (vivimos en la absoluta incapacidad de
autorrepresentación, incluso individual); y sin finalidad (hoy
sustituida ésta por un presente absoluto, sin historia y sin
sentido), no existe colectivo como entidad: existe la mera
yuxtaposición de individuos, con menor identidad y fraternidad que
la que presenta el rebaño (este, al menos, bala armónicamente y no
sufre furores homicidas cada viernes por la noche).
¿Quién
da hoy la vida por “esto” amorfo en que vivimos? ¿Quién da la
vida hoy por los derechos humanos, o por la paz universal, o por la
ruta del Ártico? Hogaño vivimos en ausencia de toda referencia y de
todo antecedente, sin piedad; también en ausencia de todo sentido,
de toda esperanza y de toda consecuencia, sin fraternidad. Las
sucesivas revoluciones, trazando una línea no muy recta de
disolución de referencias, y que une puntos concretos de inflexión
(Dios – razón – hombre – sociedad – mujer – naturaleza),
han consumado el proyecto de ingeniería social, la utopía, con las
leyes en la mano, como hace poco nos recordó Rubalcaba (“es
que nosotros tenemos un proyecto…”),
por si se nos había olvidado que esto va hacia un lugar muy lejano.
Y
en la hipérbole del horror, la última vuelta de rosca de la
disolución de la comunidad (sorprendentemente tranquila y pacífica,
la ejecución de la disolución, para el PSOE, según decía Txiqui
Benegas), atornilla a la masa en lo vegetativo y en lo sensitivo
(pues lo ideológico ha colonizado hace tiempo a lo racional y no
piensa abandonarlo, como puede atestiguar la deconstrucción
educativa que los niños sufren desde hace 40 años). No existe
sujeto, ni relación ni pensamiento. Ni ciudad ni comunidad. Y siente
la emotiva masa que ejerce, por fin, su divino derecho a no pensar
con verdad (derecho arrebatado por la fuerza de la revolución a los
reyes absolutos, que a su vez lo usurparon también) y a endiosarse a
sí misma (por obra del mágico Estado, omnipresente sacerdote que
consagra en la sacrílega representación y que consiente y fomenta
esta bacanal anarquía de todos los órdenes). Institucionalizado el
sacrilegio y la perversión como forma de autorrealización cotidiana
del individuo, hoy nadie (de bien) entregaría su familia a ninguna
[pervertida] causa ni [aberrante] institución, pues el sacrificio no
está en consonancia ni con la entidad de los [enanos] tiempos ni con
su finalidad. Hoy ya se producen suficientes sacrificios humanos (uno
sacrifica los suyos a uno mismo, que es la única certeza, clara y
distinta, que se tiene) como para pensar en entregarse a nada.
Saturno devora a sus hijos cada día: economía caníbal.
2.
Así pues, y en forzado diálogo con la Revolución, permanentemente
a las puertas, en lugar de decir “nuestra familia lo primero”,
cabría hoy decir: “nuestra familia, lo último, por favor”. Que
pase la Revolución de largo por nuestra puerta y que lo arrase todo,
como el tornado, pero que no se lleve a nuestra familia. Lo único
que nos queda es la guarida y la camada. Exul
umbra: fuera todo es
oscuridad, barbarie y desierto, como en Mad
max: fuera ya no se puede
vivir sin violencia. Y ese fuera
ya lo ocupa casi todo: apenas hay ya lugar donde poder vivir en paz.
Apenas tiene extensión el dentro,
la zona segura, la casa, invadida como está por un afuera que se
cuela por sus diferentes poros,
a través de sus distintas insuficiencias (de comunicación, de
afectos, de recursos, de verdad…). De ahí que lo de la “república
independiente de mi casa” de la pionera y sueca IKEA no sea ninguna
broma, sino una clara manifestación de lo que está pasando, desde
hace décadas, en toda Europa.
La
familia, pues, ya no es lo primero a sacrificar a una causa buena;
sino lo último a entregar a las dentelladas del feroz can
revolucionario: es la familia el santa
de los santos para aquellos
que creyeron en la existencia de la jerarquía natural y en la
separación natural –no convencional- entre el dentro
y el fuera.
Descreídos ahora, algunos amigos viven cada día más angustiados,
en la obsesión de la fortaleza hermética al pus ambiental:
intentando detener lo inevitable… La familia, exactamente, es hoy
lo primero y casi lo único para los que han perdido todo lo demás
y, encerrados en el ghetto
en el que la Revolución les confina, salen de casa sólo para
conseguir los víveres necesarios. Fuera, todo es oscuridad, peligro,
legislación invasiva, ingeniería social, depravación, jungla...
¿Se puede así vivir? ¿Es esto vida? ¿Hemos traído hijos al mundo
para este… mundo?
¿Hasta
cuando la jungla a las puertas? ¿Es el alarido “mi
familia lo primero (o, lo
último)” mera dilación de
lo inevitable? ¿Son los hijos para el Saturno de fuera –si no es
que ya está dentro- así como son los padres para la eutanasia del
Estado? Si no cabe vencer a la Revolución, ¿se detiene la
Revolución ante algo? ¿Se frena la Revolución a las puertas de la
casa? ¿Y si le vertemos aceite hirviendo desde las almenas
familiares?
3.
Aquí cabe rescatar la perspectiva de las alforjas. Con las cosas de
la economía es, a fin de cuentas, con lo último que se puede jugar:
incluso si quien juega es la Revolución. Porque hasta la Revolución
está sometida a las leyes de la naturaleza –por mucho que quiera
subvertirla- y necesita de alforjas para realizar su destructor
camino.
Los
hijos se perderán, antes o después, en la epilepsia que el ambiente
les insufla por cada poro; y si mañana quieren ganarse la vida
biológica –la única que se les permite vivir- tendrán que
comulgar con el Sistema y sus mecanicidades; y en sus reuniones de
amigos cenarán con todo tipo de entes. Es ya tarde para lamentarse.
Basta ver el camino recorrido por pueblos más avanzados (avanzados
en lo revolucionario) para comprobar que lo que tenemos que vivir
está llegando sin solución de continuidad. Nuestros hijos tendrán
a Saturno cenando en casa, y mirando a sus hijos con arrobo.
Pero
volviendo a las alforjas, menciona Crane Brinton (en The
anatomy of Revolution) que el
anarquista Berkman le preguntó a un bolchevique acerca del porqué
Lenin no nacionalizaba a los isvostchik
(los taxistas rusos de entonces, que llevaban a los pasajeros en
trineos tirados por bestias). Y que el bolchevique le vino a decir al
anarquista que los bolcheviques no nacionalizaban dicho servicio
porque, si bien tenían comprobado que los seres humanos lograban
sobrevivir sin comer, tenían también igualmente comprobado que las
estúpidas bestias tienden a morir si no comen. Y que por eso la
nacionalización de este servicio no se llevaría nunca a cabo bajo
los bolcheviques. A lo que apostilla el autor: “Claramente
si fuéramos tan estúpidos –o tan sensibles- como las bestias no
tendríamos revoluciones”.
Ha
tenido, cierto es, la Revolución una de sus herramientas más
sutilmente revolucionarias en la economía, en la Ciencia Económica
y en su implantación; y, con la alegada finalidad de la liberación
del hombre (Marx), ha arruinado por doquier sociedades –como hizo
la Revolución en su versión comunista, desde los Urales al
Pacífico, y del Ártico a Madagascar- y familias –como hace hoy la
economía liberal socialdemócrata desde los Urales a California y
desde Islandia a Tierra del Fuego.
Sin
embargo, la Revolución inteligente se detiene, siempre, en cierto
momento, al tocar cierta fibra económica. Ahí tiene su tope.
Aniquilado todo, se frena en seco ante su propia posibilidad de
desaparición. La naturaleza de todo lo viviente hace que la
Revolución no pueda continuar ad
infinitum. Alien
se detiene ante el niño: es el único al que no asesina. Y en Las
armonías de Werckmeister la
horda homicida, irascible tras la ilusión del circo, se detiene, en
su carrera destructora, sólo ante la figura cadavérica y macilenta
del anciano, loco y desnudo en una bañera sin agua, que le señala
que ya no hay nada más. Y vuelve a casa cabizbaja y silenciosa.
La
Revolución inteligente se detiene cuando la nada que su paso va
originando se le antoja premonitoria de una Nada máxima, tan
absoluta que ni a la propia Revolución puede ya albergar: como si
fuera un canceroso ser inteligente, detiene su avance la Revolución
antes del exterminio total del organismo que le alimenta. ¿Se
detendrá la Revolución ante la perspectiva de quedarse sin
alimento? No sería, en este supuesto, mala noticia la de la
denominada crisis, y la constatación de la insostenibilidad del
Estado de Bienestar. No cuadran las cuentas: se detiene el proyecto
revolucionario, si es que sabe echar cuentas. Quisiera ofrecer
alternativas de futuro menos descarnadas, pero creo que el análisis
histórico no lo permite. La Revolución llegará hasta donde ya no
pueda llegar más. Y luego se detendrá, a la espera de que nazca
algo nuevo a lo que poder contagiar y revolver.
4.
La Revolución inteligente tiene dos puntos en los que, como el
tornado, siente su perentoriedad, toca tierra, pierde fuerza y se
convierte en tormenta tropical: dos puntos vitales para su
supervivencia que le hacen recular (si es que es una revolución
inteligente; si es una revolución burda, arrambla con todo y muere).
Dos puntos netamente económicos: la propiedad y la familia. Atronará
contra ellos y, si es inteligente, los dejará subsistir. Si no, no
cejará hasta derribarlos y, derribados, perderá sus nutrientes y
morirá.
A
nuestra revolución se le resistía la Cristiandad y la ha doblegado
en todos sus niveles. Para comprobar su inteligencia, nos preguntamos
si los dos últimos bastiones han caído también: si una economía
ya plenamente virtual, cancerosa, y por ello eminentemente
revolucionaria, ha terminado por colapsar; y si una familia, la
actual, deshecha y desnaturalizada, revolucionada, está plenamente
muerta. Parece que ninguno de estos dos recursos –recursos que dan
vida, futuro, proyectos, orden, estructura, sentido- dan ya para
mucha más revolución. Así pues, a nuestra revolución se le acaba
el tiempo, por avariciosa. Le queda detenerse o descabellar los dos
morlacos que quedan en pie, mutar en pequeño remolino y esfumarse,
por carecer de apoyatura en una real ya inexistente. Será cuestión
de poco tiempo el ver qué pasa.
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Ya
queda respondida la pregunta kantiana del qué
me cabe esperar: al haber
respondido la pregunta qué es
el hombre al principio, queda
respondida la pregunta acerca de la esperanza: nada cabe esperar,
porque el hombre (en su familia y en su economía; y en su naturaleza
y en sus vínculos) ha quedado reducido casi a una nada (humana, que
es peor que otro tipo de nada, por ser lo propio de lo humano el
aspirar a Todo): podríamos decir que a una nuda
vida, según el concepto de
Agamben, y que haría las delicias, por su elemental complejidad, de
cualquier esponjilla del Ediacárico. Las similitudes con el término
musulmán
de los nazis son claras.
5.
¿Qué nos cabe hacer,
hoy? Sería la siguiente pregunta que la revista debiera contestarse.
¿Qué nos cabe hacer, en lo referente a la familia, desde la
economía real? Y mi respuesta señala a la primera de las preguntas
en el orden kantiano: la pregunta metafísica, la pregunta acerca del
ser y de la adecuación al mismo que se produce por el conocer: ¿qué
puedo saber?
Dando
por perdido o casi perdido lo actual –parecía que la revolución
oriental había acabado con la familia y la propiedad pero estas
resurgieron milagrosamente- nos cabe comenzar de nuevo. ¿Y cómo
comienza todo? Recuperando la metafísica, día a día, en nuestros
ámbitos respectivos. Consiste esta tarea en recuperar el principio
de contradicción, y que el sí vuelva a ser el sí; y que el no
vuelva a ser el no. Y consiste en trabajar por que se separen el sí
del no lo más posible, hasta que vuelvan a su antagonismo original;
y consiste también el trabajo en defender la continuidad en lo
vertical –naturaleza-gracia- pero no en lo horizontal: pues la
contradicción es el destino de la vida y la luz debe luchar
infatigablemente con la tiniebla, y la palabra con la anti-palabra.
No hay otra. Nos cabe pensar de nuevo la persona y la familia desde
el ser y rechazar el no-ser. No caben componendas ni descansos.
Fundamentalmente desde la educación, desde la comunicación y desde
los foros de conversación ha de emprenderse esta renacentista tarea.
En
lo que afecta a las alforjas y al camino (la economía real), y para
defensa de esa nueva familia del siglo XXI (o de lo que auténtico
quede de ella), debemos también rescatar esa primera pregunta,
fundante para las demás: y refundar con ella una metafísica de la
economía donde la familia recupere su posición de sujeto económico
por antonomasia (ya no el individuo, ni el Estado, ni la corporación,
sino la casa); una nueva economía netamente familiar donde lo
prolijo,
como refiere Barraycoa, vuelva a ganar la posición central en lo
económico y en lo social, y proporcione así al futuro su fruto
natural: la prole (hay que recuperar el proletariado en su máxima
expresión) –dejando para la marginalidad y la excepcionalidad lo
lujurioso: ese lujo solipsista, base del principio democrático y de
la civilización del ocio, que se agota en sí mismo y que exige,
siempre, de nuevo, más; y que es el modelo de nuestra actual
“economía”, que yo denominaría más bien, “ecoiosis”,
enfermedad acaparadora que busca asimilar el mundo y convertirlo en
extensión del propio cuerpo, casi como Diógenes).
6.
¿Estamos en posición de recuperar esa posición preponderante para
la familia y para la casa, como centros económicos de la vida, una
vida que utiliza lo económico simplemente para subsistir, y no para
ser? ¿Queda rescoldo familiar de entidad suficiente bajo la ceniza
de la destrucción? ¿Quedan sujetos dispuestos? ¿Estamos en
posición de volver a pensar la verdad y de volver a aceptar la
naturaleza que es, y en posición de reanudar o emprender una vida
bajo el principio aristocrático que reconoce niveles de perfección
en los seres y sus méritos, y deudas de unos para con otros?
¿Estamos en condiciones de aplicar el principio de contradicción a
nuestro pensamiento? ¿Podemos volver a dotar de un sentido a nuestra
economía o simplemente debemos dejar que ésta consiste en la
multiplicación exponencial de interacciones entre individuos sin
ninguna finalidad aparente más allá de la propia multiplicación de
las interacciones?
No
hace falta responder. La Historia responde con hechos a esa pregunta,
nunca formulada a tiempo por los hombres de las épocas.
Sí,
hay quienes están ya en posición de vivir la familia y la economía
como Dios manda. Son los que sustituyen a quienes ya no podemos
hacerlo, a quienes hemos olvidado la realidad –la verdad. Son,
probablemente, menos refinados que nosotros pero más down
to Earth, como dicen los
ingleses. Como las mareas que rompen sin descanso, rompen sin
descanso las civilizaciones revolucionarias en el ocaso de Occidente,
y lo hacen contra la roca de la transgresión de los límites de lo
real, consumidas por la materia las familias y aniquiladas las
culturas en la ausencia de referencias y de sentido: tras haber
olvidado que somos [sólo y nada menos que] carne. Otros pueblos, más
primitivos, más reales y más vivos, están, ya, en condiciones de
tomar el relevo y de integrarlo en la nueva configuración viable de
una civilización coherente con la verdad y, por ello, verdadera y
moral. Están, también, a las puertas, como la Revolución. Y no
temen a la Revolución, a la que no le permiten ni levantar la vista
al cielo: antes bien, pisan su cabeza como se hace con la de la
serpiente.
Así
pues, ¡las mujeres y los niños primero!
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