La política municipal es la política primera, la más real y necesaria. Ya había pueblos y ciudades antes de que llegara el derecho romano, antes de la invasión árabe, mucho antes del constitucionalismo liberal. Durante siglos la única patria de la gente era la patria chica. El único patriotismo era la buena vecindad.
Está tan arraigado este hecho en nuestra naturaleza social que si no se respeta, si se contraviene al hilo de ideologías extrañas, se causan sufrimientos y desajustes de forma irremediable. El tradicionalismo político español es profundamente municipalista. No se entiende la idea de fuero sin recurrir a la imagen y a la realidad de esas agrupaciones de familias que llamamos municipios. Pero el sistema político de la revolución no tuvo en cuenta ninguno de los cuerpos sociales naturales que sostienen y encauzan las relaciones sociales naturales entre el individuo y la comunidad política amplia de tipo estatal. La familia, el municipio y la región fueron laminados como si fueran ámbitos superfluos.
Y por eso hoy, doscientos años después, han convertido el “ajuntamiento” vecinal en sinónimo de corrupción, en “hay-huntamiento”, en un primer peldaño del escalafón partitocrático, en el último eslabón del pesebre y la cultura de la subvención. La solución no es fácil pero lancemos una idea básica: que mientras cada ayuntamiento no recupere en la medida de lo posible sus propios recursos económicos -como los que representan los bienes comunales- seguirán esclavos de los partidos, sometidos a un sistema que los usa y los vacía de contenido.
Acerca de todo esto reflexionan nuestros mejores articulistas en este número -tardío número- de Ahora información. Por suerte o por desgracia el retraso que llevamos en la publicación de esta revista no hace perder actualidad a nuestro tema de portada. En lo demás hemos procurado también ofrecerles una revista variada e interesante, con una agenda prometedora. Y si algo no les gusta, por favor, no dejen de comunicárnoslo.
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