¿“Apaga y vámonos” o “levántate, vamos”?
por Santiago Arellano
El barullo de leyes de educación, nacidas unas tras otras como si se persiguieran con tal agresividad cuanto escaso es su futuro, son una señal del caos, pero no el caos. Una ley en el actual sistema de derecho positivo, que es la expresión de la ideología que sustenta al partido en el poder, es imposible que remedie las dificultades que atraviesa la educación española. No tiene en cuenta la realidad ni la razón la ordena al bien común ni el que la promulga tiene conciencia de que está al cuidado de la comunidad, aunque crea que tiene en sus manos el amparo de la ley. Las seis leyes que se han sucedido, sin tiempo para reposarse en los centros educativos, ni siquiera para poder discernir lo poco bueno que sustenta el mal dominante en cada una de ellas, son expresión del trágala o visionario o filantrópico o idealista que considera que la ley remedia por arte de funambulismo mágico lo que ni los padres, ni los maestros ni la escuela han conseguido dar. Para unos el igualitarismo en educación remedia lo que la naturaleza y la sociedad han causado injustamente, sin darse cuenta de que la igualdad en fines, métodos, procedimientos, no mejora a los menos dotados y atrofia al resto. La igualdad en todo caso debe buscarse al finalizar el aula, para que la discriminación sea menor o nula en la vida. Otros consideran que el esfuerzo lleva a la excelencia y esta al triunfo personal; pero olvidan que una excelencia egocéntrica prepara el camino a la tiranía tanto social como familiar y política. Ignoran que poder más es una vocación para servir más.
El caos verdadero surge de la carencia de una antropología realista. Se estudia para medrar, para tener un mejor puesto en la escala social y poder vivir por lo menos como un príncipe. En este modelo el profesor pasa a ser el anti modelo. Ha estudiado mucho y hasta parece buena persona, pero para lo que le ha servido… Otra cosa son cantantes y deportistas: ahí tienes un Messi, que hasta se burla del fisco y no pasa nada; o los políticos que meten la mano hasta el cuello y salen de sus encontronazos con la ley silbando y de rositas. Es mentira que la ley corrige y educa. Ni siquiera el conocimiento de la virtud nos hace virtuosos. Hecha la ley, hecha la trampa. La crisis económica es crisis moral. Es toda la sociedad la que está contaminada por la corrupción. No vale todo. También los ladrones, sobre todo de guante blanco, aspiran a la excelencia por el ingenio y esfuerzo de sus manos.
España necesita recuperar el concepto de persona, un ser en proyecto que ha de saber que el ser humano no nace hecho; que somos, en absolutamente todo, una necesidad de educación; que lo que no se cultiva se atrofia; que sólo educa quien exige y que sólo puede exigir quien ama. Si el hombre es bueno porque sí, no necesita educación, quizás solo formación. Una ley de educación que ignore que todo ser humano desea el bien pero hace lo contrario del bien que anhela, es un fantasma extraterrestre. Digo más: la vocación suprema del ser humano es aprender a amar. ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Le decimos al ministro Wert que sin una conciencia del pecado original no puede haber educación por bien que cante las aspiraciones de una sociedad democrática? Sin embargo no digo “apaga y vámonos” sino “levántate, vamos”.
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