Tal es el título de la última,
por ahora, de Juan Manuel de Prada. Se trata de una obra profunda, escrita en
un estilo que la hace asequible a todos los públicos.

De Prada hace un análisis de la
situación actual de la sociedad, en todo el mundo. Y nos demuestra cómo la
Revolución ha disuelto los vínculos humanos y ha reducido al hombre a polvo.
Sus análisis y conclusiones son demoledores. Para un carlista, alentadores.
Pues nos anima, más aún nos convence del deber, a seguir luchando, en medio de
todas las dificultades del presente, para dejar a nuestros descendientes una
sociedad humana. Así, simplemente humana, pues la democracia que padecemos nos
ha llevado a la lucha de todos contra todos. La prueba está en cómo se han
enfrentado, y se siguen enfrentando, los partidos que vienen participando del
poder y los que ha surgido nuevos con pujos de regeneradores. A la democracia
la denomina, como viene haciéndolo desde hace tiempo, “demogresca”. Y ese
término es el que a los carlistas recomiendo que divulguen.
El gran mal del liberalismo, en
su versión más moderada, es que nos aparta de la Redención. No la niega. Pero
nos encarece que la dejemos para nuestra vida particular, olvidándola en lo que
a la política se refiere. De modo que anula sus efectos, en cuanto la olvida.
De Prada cita a Quevedo que, siglos antes de la aparición del liberalismo,
habla en sus sátiras de “unos que afirman no creer que Jesús era el Mesías que
vino” y otros que “creyendo que Jesús es el Mesías que vino le dejan pasar por
sus conciencias de modo que parece que jamás llegó”. Describe perfectamente a
los liberales de toda laya.
Carlos Ibáñez Quintana
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